Un par de años más tarde fue alumno mío en la asignatura de Periodismo Literario. Todas las semanas, cuando me enfrentaba a la pila de prácticas que debía corregir, esperaba el momento en que llegara la de Javier Olabe. Solía dosificarla: si me la encontraba antes de tiempo, la apartaba y esperaba a estar cansado de leer y corregir otras prácticas. Entonces leía la suya y me reía como un descosido. Javier respiraba con dificultad pero escribía como una catarata. Guardo sus textos de prosa desparramada, de frases interminables en las que llevaba al lector agarrado con una correa, textos salpicados con incisos que eran bombazos de ironía, adjetivos como dardos, comparaciones que encendían carcajadas. A mí casi me daba vergüenza ser su profesor. Escribía mucho mejor que yo, y yo no sabía hacer otra cosa que corregirle una coma aquí o allá y ponerle nueves y más nueves. Semana tras semana sus columnas eran perfectas, así que una vez le propuse -con poca convicción- que hiciera algo distinto, que cambiara de tono, que se probara en otros terrenos. Me daba remordimientos que las prácticas no le sirvieran para nada, porque él ya iba muy por delante. No deberían haberle cobrado esa asignatura.
Cuando acabó la carrera, ingresó en el seminario. De vez en cuando me escribía una crónica muy divertida de sus supuestas penurias. Estoy seguro de que no tenía ni una queja real, pero se regodeaba: describía habitaciones lóbregas, monjas de apariencia transilvana, pechugas descongeladas que lucían tres falsas incisiones para que parecieran asadas en una barbacoa (pechugas caducadas que llegaban al seminario desde las residencias de Proyecto Hombre: comemos lo que rechazan los yonquis, decía).
Cuando gané el premio Marca, Javier me envió este soneto desde el seminario:
Para Ander, preferido de las musas, implorando su patronazgo.
Cuando sé de tu triunfo literario
por narrar malandanzas de ciclistas
me confieso baldón de deportistas
y comprador del Marca refractario.
Cuando te veo premiado y millonario,
orlado de laureles plus-Marquistas,
te auguro el clamor de las revistas
y se me hace menos triste el seminario.
De lo que hoy son lauros y ovaciones
--Sic transit gloria mundi: todo pasa--
sólo saldrán gusanos empachados.
Si no sabes qué hacer con los millones,
ten presente que en esta santa Casa
comemos los yogures caducados.
Unos días más tarde compré un cargamento de yogures (griegos, cremas, mousses, multifrúticos...) y me acerqué al seminario de Pamplona. Llamé y llamé, pero eran las fiestas de Navidad y los seminaristas estaban de vacaciones en sus casas. Al menos encontré una monja, a la que pude dejar la gran bolsa llena de yogures y una nota para Javier. Unos días más tarde me llegó otro mail suyo:
"Querido y magnánimo Ander,
En los últimos tiempos Javier pasaba unos días a la semana en la parroquia de Bera. Le prometí que un sábado iría a comer con él. Cuando le escribí para concretar la cita, me contestó que había dejado de ir a Bera por algún problema de salud. Aquel encuentro quedó colgando.
Hace unos meses volvimos a escribirnos. Recordamos sus columnas y quedamos en que yo publicaría algunas en este blog. No lo he hecho. Lo haré en los próximos días. Os aseguro que nos vamos a reír mucho.
Gracias, Javier. Descansa en paz.