viernes, 29 de febrero de 2008

La emocionante vida del troglobio

Imaginemos unos bichitos minúsculos, invertebrados, que viven en la oscuridad absoluta de las cuevas desde los tiempos de los dinosaurios. Son ciegos, se orientan con largas antenas que captan estímulos químicos y tienen un aspecto blancuzco o transparente -no necesitan pigmentos porque no reciben ninguna radiación solar-. Su menú se compone de sustancias orgánicas que arrastra el agua y guano de murciélago. De acuerdo, no es una vida con mucho glamour. Los troglobios nunca han dado pie a leyendas ni Disney hará nunca una película de dibujos animados con ellos. Pero se trata de seres muy valiosos: “En Aralar tenemos algunas especies de troglobios que son endémicas, es decir, no existen en ningún otro lugar del mundo”, explica Eneko Agirre, biólogo y gerente de la cueva de Mendukilo. “Incluso hay especies que sólo se encuentran en una determinada cueva y en ninguna más. Si desaparecen de ahí, habrán desaparecido de todo el mundo. La superficie de Aralar, la que todos conocemos, es una maravilla; pero si hay algo único en esta sierra es el subsuelo y en especial los troglobios, una joya de la biodiversidad”.

“La verdadera maravilla de Aralar está en el subsuelo”, recalca Agirre, “es un mundo impresionante, un continente sin descubrir. Pero no tenemos conciencia de que tan cerca de casa exista ese mundo desconocido”.

La de los troglobios es una de esas historias que no caben en siete minutos de tele, pero ayer mostramos al menos una pizca de ese asombroso mundo subterráneo:



El paseo por Mendukilo es muy recomendable. Si alguien quiere más información, en este reportaje del año pasado desarrollé un poco más las historias de la cueva. Y para organizar una visita, la propia web de Mendukilo.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Datos tontos para cenas raras

Algunos hechos que nos admiran y que nos gusta repetir antes del postre en las cenas de la cuadrilla:

-En proporción, la superficie de un huevo es más montañosa que la de la Tierra.

-Hay un tren mauritano que transporta mineral desde unas minas del desierto hasta la costa. Los vagones suman tres kilómetros: es el tren más largo y más lento del mundo. También pueden montarse pasajeros. Los billetes de los últimos vagones son especialmente baratos porque cuando la locomotora llega a su destino los pasajeros de los últimos vagones deben bajarse y caminar tres kilómetros hasta la estación.

-Cuando hace frío orinamos más a menudo. El cuerpo se esfuerza para que tengamos las entrañas calentitas, a 36 grados, y le cuesta más energía calentarlas si por ahí dentro tenemos una bolsa de medio litro de líquido. Así que el cerebro manda una orden para abrir rápido la espita... y desaguamos.

-La provincia española con el techo más bajo es La Coruña (su punto más alto es el más bajo entre todos los puntos más altos). La provincia española con el suelo más alto es Segovia (su punto más bajo es el más alto entre todos los puntos más bajos).

-El cuerpo humano produce, secreta, excreta o expele 17 sustancias. 14 son comunes a hombres y mujeres. Los hombres producen una sustancia que las mujeres no. Las mujeres producen dos sustancias que los hombres no. Mientras nos comemos el Magnum Doble Chocolate del postre, nos afanamos por recordar los 17 elementos de esta apasionante lista. Venga, quién se anima: lágrimas, caspa, cera, sudor...

-Obi, Yenisei, Lena, Indigirka, Kolima.

-Los pitidos que suenan en la radio para anunciar un gol signfican G-O-L en morse.

-El punto más al norte de Estados Unidos está en Alaska. El punto más al oeste de Estados Unidos está en Alaska. Y el punto más al este de Estados Unidos, toma ya, también está en Alaska.

lunes, 25 de febrero de 2008

Los caminos del mundo (2)

A Theroux (Las columnas de Hércules) un compañero de asiento le dice que su pantalón no tiene bragueta y él se desquicia, llama imbécil al hombre y escribe que eso no es lo que buscaba en su fantástico viaje. A Bouvier y su amigo Thierry (Los caminos del mundo) les pilla el invierno en un poblacho del Kurdistán, el hielo les corta cualquier escapatoria y se pasan tres meses estancados en la aldea, sin una sola queja y gestando algunas de las páginas más memorables del libro.

El contraste entre los párrafos de Theroux y Bouvier muestra que para escribir un gran libro de viajes no basta con la calidad técnica del texto. La actitud de superioridad avinagrada de Theroux produce unos párrafos tan impecables como mezquinos; la humildad alegre de Bouvier da unos párrafos brillantes y amables.

Detrás de estas actitudes opuestas se esconde una clave: en el caso de los dos chavales suizos, el viaje se basta por sí mismo, el libro llegó varios años después; en el caso de Theroux, el verdadero fin es escribir un libro y el viaje se convierte en un medio. Theroux es demasiado consciente de que viaja para escribir. El viaje se le ha convertido en oficio. Y eso no tiene por qué ser demasiado malo... salvo que se note todo el rato.

Como nadie le espera para que publique un libro, Nicolas Bouvier no se enfada si el hielo le atrapa tres meses en el Kurdistán. El mundo no está plagado de amenazas, sino de oportunidades. Los caminos del mundo es el viaje de dos jóvenes con mirada fresca, amorosa, que admiran el mundo y a sus habitantes. Como no tienen prisa, ni miedo ni pretensiones, en el libro no hay una sola gota de enfado, de cinismo, de desprecio. Bouvier jamás escribiría la frase hiriente de Theroux sobre los turistas y los simios -y mucho menos empezaría el libro con algo así-.

Una frase de Bouvier que merece mármol: "Nos negábamos todos los lujos excepto el más valioso: la lentitud".

Y sigue: "Con la capota levantada, a medio gas, sentados en el respaldo de los asientos y con un pie en el volante, íbamos tranquilamente a veinte kilómetros por hora por paisajes que tenían la ventaja de que no cambiaban sin advertirlo, o en noches de luna llena, que son ricas en prodigios: luciérnagas, peones camineros en babuchas, exiguos bailes de pueblo bajo tres álamos, sosegados ríos cuyo barquero todavía no se había levantado, y un silencio tan perfecto que hacía que el sonido de nuestro propio claxon nos sobresaltara".

A esta actitud viajera de Bouvier se le añaden la capacidad de observación y la sensibilidad de un poeta y un pintor (la mirada de Thierry se refleja a menudo en los textos de Nicolas), una inteligencia afilada para comprender las escenas que encuentran por el camino, una erudición discreta que nunca cae en la pedantería y una precisión quirúrgica para traducir en palabras los impulsos y las necesidades que sienten muchos viajeros. Como en estos dos párrafos memorables:

"Llevado por el ronroneo del motor y el desfile del paisaje, el flujo del viaje te atraviesa y te aclara la cabeza. Ideas que guardabas sin razón alguna te abandonan; otras, por el contrario, se acomodan y se hacen a ti como las piedras al lecho de un torrente. No hay ninguna necesidad de intervenir; la carretera hace tu trabajo. Nos gustaría que se extendiera así, dispensándonos sus buenos oficios, no sólo hasta el extremo de la India, sino mucho más lejos todavía, hasta la muerte.

A mi regreso, mucha gente que no se había movido de casa me decía que con un poco de fantasía y concentración también se puede viajar sin levantar el culo de la silla. Les creo. Son gente fuerte, pero yo no. Yo necesito demasiado ese complemento concreto que te da el desplazamiento en el espacio. Por otra parte, por suerte, el mundo se extiende para los débiles y les presta su apoyo, y en cuanto al mundo -como algunas noches en la carretera de Macedonia, con la luna a la izquierda, las aguas plateadas del Morava a la derecha, y la perspectiva de ir a buscar detrás del horizonte un pueblo en el que vivir durante las tres próximas semanas-, estoy muy contento de no poder vivir sin él".

sábado, 23 de febrero de 2008

Los caminos del mundo (1)


Después de una manía, toca una admiración: Los caminos del mundo, del suizo Nicolas Bouvier (el libro es de 1963, en castellano lo publicó Península en 2001). Se trata de uno de mis libros de viajes favoritos: un libro estupendo y un viaje estupendo. En 1953, dos suizos de veintipocos años se montan en un coche viejo y conducen hacia el Oriente, muy despacio, muy despacio, sin rumbos, metas ni plazos.

Nicolas es poeta, fotógrafo y escritor. Sale de Ginebra y viaja hacia los Balcanes para juntarse con su compañero Thierry, pintor, que anda por allí dando vueltas y pintando. Al llegar a Zagreb, Nicolas encuentra en la lista de correo una carta de Thierry. Es la carta de un pintor:

“Travnik, Bosnia, 4 de julio.

Esta mañana, un sol radiante, calor; he subido a las colinas a dibujar. Margaritas, espigas de trigo tiernas, sombras tranquilas. A la vuelta, me he cruzado con un campesino montado en un poni. Ha bajado de él, me ha liado un cigarrillo y hemos fumado en cuclillas al borde del camino. Con mis pocas palabras de serbio, he conseguido entender que llevaba panes a su casa, que se gastó mil dinares en ir a buscar a una muchacha con unos buenos brazos y unos buenos pechos, que tiene cinco hijos y tres vacas, y que hay que tener cuidado con los rayos, que el año pasado mataron a siete personas.

Luego, como era día de mercado, me he dirigido hacia allí: sacos hechos con la piel entera de una cabra, pequeñas hoces con las que te daban ganas de cortar hectáreas de centeno, pieles de zorro, paprika, silbatos, zapatos, queso, joyas de hierro blanco, tamices de junco verde a los que unos bigotudos daban el último remate y, reinando por encima de todo, la galería de tullidos con una sola pierna, un solo brazo, con tracoma, tembleques y muletas.

Esta noche he ido a tomar una copa bajo las acacias para escuchar a los cíngaros, que se superaban a sí mismos. En el camino de vuelta, he comprado una gran torta de almendras, rosada y aceitosa. ¡En fin, Oriente!”.

Sigue Nicolas:

“He examinado el mapa. Era una pequeña ciudad en un circo de montañas, en el corazón de Bosnia. Desde allí, Thierry tenía la intención de ir hasta Belgrado, donde la Asociación de Pintores Serbios le había invitado a exponer sus obras. Debía reunirme con él a finales de julio con el equipaje y el viejo Fiat que habíamos reparado, para continuar hacia Turquía, Irán, India, quizá más lejos… Disponíamos de dos años y de dinero para cuatro meses. El programa era impreciso, pero, tratándose de viajes, lo importante es irse.

La silenciosa contemplación de los atlas, tendidos boca abajo en la alfombra, entre los diez y los trece años, es lo que te hace sentir el deseo de dejarlo todo. Pensar en regiones como Banat, el Caspio, Cachemira, en las músicas que allí se escuchan, en las miradas que se cruzan, en las ideas que te esperan… Cuando el deseo resiste los primeros embates del sentido común, se buscan razones. Y se encuentran algunas, pero no se sostienen. La verdad es que no sabes cómo llamar a lo que te empuja. Hay algo que crece en tu interior y suelta las amarras hasta el día en que, sin estar demasiado seguro de ti mismo, finalmente te vas.

Un viaje no necesita motivos. No tarda en demostrar que se basta a sí mismo. Crees que vas a hacer un viaje, pero enseguida el viaje es el que te hace, o te deshace.

...En el dorso del sobre, también estaba escrito: "¡Mi acordeón, mi acordeón, mi acordeón!".

Un buen comienzo. También lo era para mí. Estaba en un café de las afueras de Zagreb, sin prisas, con un vino blanco con sifón ante mí. Miraba cómo caía la tarde, se vaciaba una fábrica, pasaba un entierro: pies descalzos, ropa negra y cruces de latón. Dos arrendajos se peleaban entre las ramas de un tilo. Cubierto de polvo, con una guindilla medio roída en la mano derecha, escuchaba en el fondo de mí mismo cómo el día se hundía alegremente como un acantilado. Me desperezaba, absorbiendo el aire a litros. Pensaba en las vidas proverbiales del gato y tenía la clara impresión de estar entrando en la segunda”.

A mí esta introducción me pone amarillo de envidia.

(La foto la he sacado de aquí).

viernes, 22 de febrero de 2008

Los pantalones que compré en la Patagonia... ¡txotxolo!

Es uno de los escritores de viajes más prestigiosos, le envidio el talento, la trayectoria y los millones, pero en los últimos tiempos he descubierto que existe una corriente secreta de lectores que lo detesta. Dejadme compartir esa manía clandestina con un par de ejemplos.

Así empieza uno de sus libros (el relato de un viaje alrededor del Mediterráneo):

"Dicen aquí, en Occidente, que no hay mucha diferencia entre los turistas y los simios. Sin embargo, en el peñón de Gibraltar vi juntos a turistas y simios y aprendí a distinguirlos".

Qué majo, ¿eh?

Unas páginas más adelante, el hombre viaja en autobús por la costa española. El autobús está lleno de viajeros impertinentes y garrulos que no dejan de molestarle. Una escena:

"-Por aquí está lleno de ingleses -me dijo mi vecino-. ¿Usted habla inglés?
-Sí.
-Sus pantalones no tienen bragueta -dijo.
No supe qué contestarle. Él sonreía. Le dije:
-¿Le molesta?
-Debe de resultar bastante incómodo, ¿no?
Estoy en mi gran viaje en un autobús español, un día gris fuera de temporada, no me meto con nadie, y tiene que venir este viejo imbécil, empeñado en sentarse a mi lado, a decirme que los pantalones que compré en la Patagonia no tienen bragueta. Yo no buscaba una cosa así".

En euskera hay una palabra redonda para alguien así: ¡txotxolo!

(Del diccionario del euskera de Eibar. TXOTXOLO: tonto; bobo; insustancial; majadero; necio; pedante; cursi; imbécil; lelo; memo; casquivano).

martes, 19 de febrero de 2008

El que vive

Esta mañana, en un parque de Jaca, un corrillo de viejos intentaba aclarar los nombres de dos hermanos: Nicolás y Juan. ¿Quién es quién?

-¿Nicolás no era el de la carnicería?
-No, Nicolas es el que vive.

Tremenda edad, en la que estar vivo es una característica.

lunes, 18 de febrero de 2008

Cosas de cumbres


Alegrón: Javi Marrodán empieza un blog titulado Cosas de cumbres. Además de ser la persona más maja al este del Mississippi, Javi es uno de esos periodistas que da mucha envidia. De mayor me gustaría escribir como él.

Disfrutad de sus fogonazos montañeros, pequeños asombros concentrados en un párrafo o dos. También es muy recomendable aunque no seáis montañeros: Javi rasca y encuentra historias preciosas.

(La imagen es de ayer: roca de arenisca en el monte Ulía, el paraje más bonito de San Sebastián, con unas cuantas historietas medio ocultas que le encantarían a Javi).

viernes, 15 de febrero de 2008

¡Alirón!

Al pueblo viejo de Gallarta se lo tragó la tierra. Carmelo Uriarte, minero jubilado de 75 años, mira al lugar en el que nació y sólo ve un socavón de doce millones de metros cúbicos (equivale a un hueco tan extenso como ocho campos de fútbol y 200 metros de profundidad). En los años 50 descubrieron que debajo de Gallarta se extendía un inmenso yacimiento de hierro y empezaron a comerse el pueblo a golpe de dinamita.

“¡Y no era una aldea!”, dice Uriarte. “Tenía siete mil habitantes, el frontón más grande del País Vasco con 16 números, iglesia, ayuntamiento, varios colegios. Hacia el año 59 o 60 empezaron a trasladar a las familias a otras casas que construyeron más allá, en el Gallarta nuevo, pero algunos seguimos unos años en el pueblo viejo. Vivíamos al borde de la mina y aquello era terrible, todo el día con las explosiones y las polvaredas”.


Las dimensiones de aquella mina al aire libre, bautizada como Concha II, resultan espeluznantes. El borde del socavón está a unos 200 metros de altitud; el fondo, 17 metros bajo el nivel del mar. Todavía más abajo, mucho más abajo, se despliega una impresionante red de galerías: cincuenta kilómetros de pasadizos subterráneos que alcanzan los 205 metros bajo el nivel del mar. Y dentro de ese laberinto existen sesenta cámaras de veinticinco metros de alto por cien de ancho: suficiente para albergar la catedral de Burgos en cada una de ellas. “Fue el mejor criadero de hierro de Europa”, explica Uriarte. “En otros sitios sacaban mineral con una ley del 46 o el 48%. Aquí tenía como mínimo un 58% de hierro”.

El socavón de Concha II sólo es un episodio más en la historia minera de la comarca. Eso sí: es el último episodio, con el que se liquida un oficio que se practicaba en estas tierras desde la prehistoria. La época más frenética se extendió entre finales del XIX y finales del XX, cien años en los que la zona minera de Triano fue uno de los principales yacimientos de hierro de todo el planeta (en algunos años aquí se obtuvo el 10% de toda la producción mundial). Las minas devoraron las montañas y dejaron un paisaje asombroso, plagado de escombreras, ruinas, cortes y cráteres hoy inundados y convertidos en lagos.


Ayer explicamos en la tele algunos recorridos que se pueden hacer por la zona (por ejemplo, el que pasa junto al lago Parkotxa, el de la foto, que no es otra cosa que las entrañas destripadas de un viejo monte. Fijaos en las cumbres del fondo: esa era la altura de la montaña en toda esta zona hace cien años. Se la comieron y ha quedado el circo que veis ahora en la imagen).

El pasado verano escribí un reportaje sobre esta región, con los testimonios de los mineros jubilados y el recuerdo de aquellos que padecieron unas condiciones de trabajo durísimas, rozando la esclavitud (la esperanza de vida llegó a caer por debajo de 30 años), para extraer ese hierro con el que se levantaron las inmensas riquezas de la burguesía bilbaína. Podéis leerlo aquí.

Si el mineral extraído a golpe de dinamita contenía mucho hierro, los mineros cobraban paga extra. Por eso esperaban en las puertas del laboratorio, donde se analizaban químicamente los pedruscos. Y si había buenas noticias, se extendían por toda la mina con un grito triunfal: ¡Alirón! ¡Alirón! Eran las palabras que los químicos británicos habían escrito con una tiza en el mineral: All iron. ¡Todo hierro!

martes, 12 de febrero de 2008

Unos buenos zapatos y un cuaderno de notas (4ª parte y espero que la última)


Decíamos que detrás de algunos relatos falsos no había sino pereza.

Para un escritor o un periodista que quiera acertar con la realidad y no divagar, las mejores herramientas podrían ser unos buenos zapatos y un cuaderno de notas. Son palabras de Chéjov. Y son el título de un libro que debería estar en la mesilla de un periodista (especialmente de viajes), junto con éste otro: Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores.

Publicados por Alba Editorial en 2005, son recopilaciones de párrafos escritos por Chéjov en sus cartas a amigos, editores y escritores, y también en su libro-reportaje La isla de Sajalín. Chéjov daba en el clavo, en muchos clavos de la naturaleza humana, en sus relatos de ficción y en sus reportajes. Y es interesante comprobar cuáles eran sus métodos para conocer la realidad.

-Cambiar de aires (viajar para vencer la pereza, sin pensar en escribir).
-Reaccionar ante la indiferencia (estudiar cosas que nadie estudia; ir a ver en persona injusticias que nadie ve; elogio de la experiencia y de los conocimientos de primera mano).

-"Lo que necesitamos son datos. Hablando en general, en nuestra dilecta patria hay una grandísima pobreza de hechos y una gran riqueza de razonamientos de todo tipo”.
Fijaos en este gusto por la documentación, un siglo y pico antes de Google: “Sin moverme de casa leo cuánto costaba una tonelada de carbón de Sajalín en 1863 y cuánto cuesta el de Shanghai, me informo de esas grandes extensiones, de los vientos del noroeste, sudoeste y nordeste que soplarán sobre mí cuando esté meditando sobre mi mareo cerca de las costas de Sajalín. Leo noticias del suelo, del subsuelo, de la arcilla arenosa y de la arena arcillosa”.

-Requisitos para el trabajo: Unos buenos zapatos (no ahorrar en botas). Un cuaderno de notas. Disponibilidad de cambiar de idea.

-Durante el viaje: No desanimarse. No planificar demasiado. Aceptar invitaciones. Caminar. Mirar. Hacer excursiones (viajar a pie, en compañía, siguiendo caminos poco transitados). Hacerse acompañar. Ocuparse de actividades prácticas (hacer algo como pasatiempo o desarrollar una actividad puede ayudar a la observación). Participar en las fiestas. Asistir a una boda. Visitar los cementerios. Cambiar de lugar (para vencer la fatiga de la investigación, trasladarse de un puesto a otro).

-La observación. Hacer reconocimientos (visitar un lugar a una hora apropiada para conocer cómo funciona normalmente). Prestar atención a lo que se dice (escuchar las habladurías y verificar su autenticidad; explicar por qué las noticias falsas pasan por verdaderas). Curiosidad por las inscripciones. Prestar atención a los signos de distinción social. Hacer caso de la toponimia. Observar las señales del pasado. Usar el olfato. Usar el oído. Usar el tacto. Usar el gusto.

-Recogida de datos. Consultar fuentes escritas (hojear informes y actas oficiales, listas, reglamentos y cartas privadas; deducir las costumbres a partir de las prohibiciones que las limitan). Conservar pliegos, boletines y anuncios. Estudiar el clima. No hacer entrevistas, sino hablar. Hacer preguntas. Prestar atención a los niños. Numerar (contar, medir, pesar).

Algunas frases más:

“El subjetivismo es una cosa tremenda. Es un mal por el solo hecho de que ata de pies y manos al pobre autor”.

“El conocimiento de las ciencias naturales y del método científico me ha tenido en guardia en todo momento; siempre que me ha sido posible he tratado de atenerme a los datos científicos y, cuando no me ha sido posible, he preferido no escribir”.

“No inventes sufrimientos que no has experimentado, no describas paisajes que no has visto, ya que en un cuento la mentira resulta más molesta que en una conversación”.

“Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina; se puede engañar a la gente, incluso a Dios; pero en el arte no se puede mentir”.

“Un psicólogo no debe pretender que entiende lo que no entiende. Es más, un psicólogo no debe dar la impresión de que entiende lo que nadie entiende. No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los imbéciles y los charlatanes creen comprenderlo todo”.

lunes, 11 de febrero de 2008

Ficción y pereza (3ª parte)

¿Y si a veces se recurre a la ficción para disimular la pereza?

Lo pensé mientras escuchaba una mesa redonda en la que discutían tres escritores de viajes. Uno de ellos defendía la inclusión de diálogos, escenas y personajes inventados en el relato, con un argumento interesante: decía que al menos la ficción es sincera (la ficción confesa, digo yo), porque el lector sabe en todo momento que le cuentan verdades filtradas; los escritores que pretenden describir objetivamente la realidad, en cambio, quieren que nos traguemos como milimétricamente verdadero un relato que está desajustado por los enfoques, los prejuicios, las debilidades, las manías y las vanidades más o menos conscientes del autor. Según aquel hombre, un relato de viajes siempre será subjetivo y por tanto (¡alehop!) cualquier intento de relato objetivo no deja de ser un fraude. Él explicaba que quería contar una verdad sobre cierto país africano por el que había viajado, una verdad de la que había ido encontrando detalles por aquí y por allá, y que para expresarla tuvo que inventarse una historia con personajes de ficción. No había otro remedio, decía.

Me llamó la atención esa curiosa manera de trabajar: aquel hombre, muy buen observador, recorría el país africano capturando detalles. Pero de esos detalles no se desprendía nada que a él le convenciera, por sí mismos no apuntaban a ninguna verdad: necesitaba llevárselos y elaborar con ellos una verdad reconstruida en su taller (resulta llamativo que aquel hombre, que negaba la posibilidad de ser objetivo, se empeñara después en reconstruir no sé qué verdades). Supongo que muchos escritores de viaje, y me temo que yo mismo más de una vez, hemos recurrido a esas reconstrucciones posteriores –martillazos, cortes de serrucho, soldaduras- para que las escenas encajen y formen una historia con sentido coherente.

Pero este hombre lo contaba con una resignación complacida: es que no hay otro remedio, nuestras limitaciones nos impiden retratar las cosas con fidelidad y precisión.

A mí me parece que, en el fondo, detrás de esa resignación se esconde… la pereza.

***

En Archipiélago Gulag, Solzhenytsin explica una doctrina legal que se implantó en la Unión Soviética: la doctrina Vyshinski. Según Vyshinski, el hombre nunca tiene la posibilidad de establecer la verdad absoluta, sino sólo la relativa. Por consiguiente, tampoco la verdad que establecen la instrucción del sumario y el juicio puede ser absoluta sino sólo relativa. Al firmar una sentencia de muerte nunca podremos estar absolutamente seguros de que ajusticien a un culpable, sino sólo con cierto grado de aproximación, bajo determinados supuestos, en cierto sentido.

Así, el juez soviético no debía establecer la verdad absoluta, sino la probabilidad de los hechos. Era posible dictaminar la culpabilidad incluso sin demostrar la intención de cometer daño, así como condenar a un ciudadano por un delito cometido por otros, aunque él mismo no hubiera tomado parte e incluso si no tenía conocimiento de los hechos.

Conclusión: era una inútil pérdida de tiempo buscar pruebas absolutas (las pruebas son todas relativas) o testigos indudables (podrían contradecirse). Las pruebas de culpabilidad son relativas, aproximadas, y el juez de instrucción puede dar con ellas incluso sin conocimiento de los hechos y sin testigos, sin necesidad de abandonar su despacho, “basándose en su inteligencia, en su intuición de comunista, en su firmeza moral y en su carácter”.

En estos procesos legales en los que todo era relativo, Vyshisnki sólo se quedó corto en una cosa: dejó que la bala continuara siendo absoluta…

***

El juez ya no necesitaba molestarse buscando pruebas. Detrás de muchas grandes injusticias sólo hay eso: una enorme, una monstruosa pereza.

Y de las pequeñas perezas nacen pequeñas injusticias: si vamos a escribir y nos faltan elementos para completar una narración, por lo menos deberíamos tomarnos la molestia de salir del despacho.

viernes, 8 de febrero de 2008

¿Y eso pasó de verdad? (2ª parte: el corte de digestión)

Hace unos días hablábamos de Paco y el periodismo literario. De lo que puede ocurrir cuando un periodista recurre a detalles inventados para redondear una historia.

En un primer momento, la duda “¿y eso cómo lo sabe?” no es demasiado peligrosa: el lector sólo se pregunta cómo ha obtenido esos detalles el periodista. Una mera cuestión técnica. Pero si no aparece rápido una respuesta convincente, empieza el terremoto. Porque la siguiente pregunta, obviamente, es “¿pero eso ocurrió de verdad?”. Y da igual que sólo se refiera a un detalle. Basta con que una de las patas de la credibilidad cojee para que se desmorone todo el andamio.

Hace unos años devoré los libros africanos de Javier Reverte (El sueño de África y Vagabundo en África) (No me lo confundan con Arturo Pérez). Disfruté con ellos, aprendí mucho y pasé momentos de verdadera tensión, como cuando unos soldados que van hasta las orejas de alcohol y hachís bajan a Reverte del barco, se lo llevan a una playa del río Congo y parece que en cualquier momento lo van a ametrallar. La tensión es tan fuerte porque el lector sabe que está leyendo la crónica de un viaje real. Y Reverte es un maestro: narra tan bien, tan envolvente, que uno olvida el hecho obvio de que si el autor escribió el libro es porque salió vivo de aquella encerrona.

Pero enseguida, ¡ay!, el lector recuerda el aviso que cuelga en la primera página:

“Los personajes que aparecen en el relato son reales, encontrados a lo largo del camino, así como los escenarios seguidos. No obstante, algunas situaciones han sido retocadas con toda deliberación por el autor, de forma tal que, trastocando un poco la realidad, ganase la coherencia del relato. A veces hay que ajustar la realidad a la imaginación para aproximarse mejor a la verdad”.

Una sinceridad asombrosa. Le honra. Pero hace que el resto del libro se tambalee. Cada vez que el lector se encuentra con una escena potente, salta la pregunta desactivadora: ¿será esta una de esas situaciones retocadas? ¿Esto ocurrió de verdad? Y entonces se interrumpe la digestión de la obra, hasta que no se aclare qué nos están dando de comer. Y como no hay manera de saberlo, nos quedamos con el corte de digestión.

Hace unos días, Arcadi Espada recuperaba en su blog un texto que confrontaba las maneras de trabajar de Truman Capote en A sangre fría y de John Hersey en Hiroshima. En A sangre fría, Capote hizo un exhaustivo trabajo periodístico para conocer con detalle la historia del asesinato de una familia de Kansas y para retratar a los dos asesinos. Después escribió la historia con técnicas literarias y la presentó como una "novela de no ficción". El libro incluye algunas escenas imaginadas, diálogos recreados, especulaciones morales: la tentación de forzar una pizca la realidad para que toda la historia encaje en un marco de sentido coherente. Una novela. En Hiroshima, Hersey hizo otro trabajo periodístico exhaustivo para conocer al detalle la vida de seis supervivientes de la bomba atómica. Y luego escribió sus historias siguiendo estrictamente el relato de esas seis personas. El libro es espeluznante -y muy pero que muy recomendable- pero en él no hay nada más, ni un solo gramo, que lo que podían contar directamente las seis víctimas y la información que podía recopilar el autor. Un reportaje.

Capote incluía a Hersey en un grupo de escritores sin estilo a los que calificaba de "mecanógrafos sudorosos que llenan libras de papel con mensajes sin forma, sin ojos y sin oídos". Hersey declaró una vez: "El periodista no debe inventar. Cualquier periodista conoce la diferencia entre la distorsión que viene de restar los datos observados y la distorsión que viene de inventar datos. En el momento en que el lector sospecha adiciones, la tierra comienza a temblar debajo de sus pies: es aterrador el hecho de que no haya manera de saber lo que es verdadero y lo que no lo es”.

La frase de Reverte: "A veces hay que ajustar la realidad a la imaginación para aproximarse a la verdad". Me llama mucho la atención ese "a veces". Y pienso en el reverso de la frase: si a veces hace falta recurrir a la imaginación (es decir, a la invención), a veces no hace falta. ¿Y cuándo no hace falta recurrir a la imaginación (es decir, a la invención)? La respuesta está en el libro de Hersey: cuando el trabajo es completo y por tanto está bien hecho.

martes, 5 de febrero de 2008

Servicio público

Parece que gustaron las historias de Paco y el periodismo literario, y algunos me dicen que estos días han entrado de vez en cuando al blog para leer la segunda parte. La segunda parte no traerá más que unas pocas citas y casos de escritores que han jugado con ese riesgo de redondear una historia real con detalles inventados. Lo siento: no habrá txirrindularis, puñetazos en el deltoides ni una entrevista con los padres de Gandalf.

Pero como esta semana el blog va a hibernar un poco, aprovecho la ocasión para hacer algo de servicio público. Queridos que entráis de vez en cuando al blog para ver si hay algo nuevo: ¿conocéis bloglines o algún otro agregador similar? (Tenéis el icono de bloglines en la columna de la derecha, donde dice "Suscríbete").

Soy un ignorante tecnológico, apenas conozco las herramientas que permiten exprimir la blogosfera y el interneteo, pero ya que al menos recurro a uno de estos inventos, perdonadme el atrevimiento y dejadme que os explique sus ventajas: 1) Se trata de un invento tan sencillo como para que pueda usarlo yo mismo. 2) Antes perdía mucho tiempo haciendo rondas por mis blogs favoritos, para ver si alguno se había actualizado. Ahora, cada vez que alguno se actualiza, bloglines me lo chiva y salto a leerlo. Hop.

Sólo hay que ir a la página de bloglines, abrir una sencilla cuenta y añadir en ella las direcciones de los blogs que queremos seguir. Después, cada vez que entremos en nuestra cuenta, descubriremos cuáles de los blogs se han actualizado y podremos saltar a leerlos. Y eso es todo.

Yo tengo fichados 36 blogs en mi cuenta. Algunos no se actualizan nunca y sé que nunca más lo harán, pero ahí siguen. Con otros mantengo la esperanza de que algún día me sorprendan. Hay quienes publican textos nuevos con un ritmo tan alto que no puedo seguirlos. Y hay blogs que leo a menudo y que sin embargo no están en la cuenta.

Ahora espero que algunos de los lectores habilidosos de este blog nos den más pistas sobre otros inventos útiles para la blogosfera.

***
(APOSTILLA: gracias a bloglines, por ejemplo, sé que nomeacuerdo late de vez en cuando, con el ritmo vital de un microorganismo enterrado en el hielo siberiano).

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