lunes, 31 de diciembre de 2007

Elantxobe, 31 de diciembre



Hacia 1520, unos cuantos pescadores de los pueblos cercanos se instalaron junto a una cala rocosa, al abrigo del cabo Ogoño. Aquella gente prefería un lugar seguro para amarrar los barcos antes que un terreno adecuado para construir las casas. Y así levantaron Elantxobe, apiñando construcciones precarias en una ladera que se venía abajo cada dos por tres. A pesar de los deslizamientos de tierra, el pueblo lleva casi cinco siglos aferrado a la montaña.

Hoy he caminado desde Elantxobe hasta Gernika. En el punto de partida me he encontrado con una metáfora para el 31 de diciembre, este día en el que alcanzamos a la última estación del año y giramos hacia el año siguiente. La escena está grabada en el punto donde muere la carretera que llega a Elantxobe, un pueblo con calles tan estrechas y empinadas que no hay espacio para maniobras. Por eso tuvieron que inventar una plaza giratoria:


miércoles, 26 de diciembre de 2007

Lectura de acantilados







Los acantilados de Zumaia y Deba son un fichero de la historia de nuestro planeta. Geólogos de todo el mundo vienen a leer el flysch, ese inmenso hojaldre de piedra que va alternando capas de calizas, margas y areniscas. Esas capas son sedimentos acumulados en el fondo del mar hace decenas de millones de años, que emergieron por los movimientos tectónicos y que han quedado al descubierto gracias a la erosión. Su composición da muchas pistas a los geólogos, que saben leer en cada capa una página de historia natural. Entre todas forman un libro de ocho kilómetros que abarca 50 millones de años (desde hace 100 hasta hace 50 millones de años). Algunos acontecimientos de ese periodo pueden leerse con una claridad asombrosa, casi única en el mundo, siempre que nos lo explique un geólogo. En una de las visitas que organiza el centro zumaiarra de Algorri, podemos acercarnos al acantilado y leer en sus capas la extinción de los dinosaurios, el nacimiento de los Pirineos o los cambios cíclicos del clima.

La semana pasada recorrí de nuevo los acantilados. La visita con el geólogo la hice el pasado verano y la conté con detalle en este reportaje.

(Pinchad en las fotos y se ampliarán).

domingo, 23 de diciembre de 2007

Josu Iztueta cumple 50 años



Repito a menudo esta historia. El mismo día en que mi jefe me pilló haciendo fotocopias de mapas de Alaska y del Yukón, recibí una llamada que me proponía apuntarme a un viaje de nueve meses por las depresiones más profundas de cada continente. Era Josu Iztueta, un viajero tolosarra al que no conocía en persona pero sí, y mucho, de oídas. Me dio explicaciones durante diez minutos, me dijo que lo pensara y le respondí que no hacía falta. Antes de colgar ya le dije que me iba con ellos. Yo tenía entonces 23 años. Nunca he tomado una decisión tan radical en tan poco tiempo, ni creo que sea capaz de volver a hacerlo: sin ninguna transición, sin ningún razonamiento, sin ninguna duda.

Aquel viaje por los sótanos del mundo fue probablemente la época de aprendizaje más valiosa de mi vida. Porque recorrí el planeta de una punta a otra y conocí historias muy especiales, pero sobre todo porque hice un máster de periodismo, viaje y vida de la mano de Josu. Él no es periodista -sí que escribe de vez en cuando- pero reúne las mejores virtudes de un reportero: una curiosidad inagotable por el mundo, una capacidad de admiración constante, una tendencia permanente a ponerse en el pellejo de los otros. Allá donde va, compra todos los libros y las revistas que se le pongan a tiro para comprender mejor los lugares que pisa, toca puertas, pregunta a la gente, se interesa por sus vidas. A mí me bastaba con pegarme a sus talones para encontrar unas historias estupendas, con las que luego escribía crónicas semanales en la revista Zabalik.

Me acuerdo de un ejemplo entre docenas. Después de casi dos meses de viaje por Australia, llegamos a la costa tropical y decidimos dividir el grupo durante tres días. Algunos los pasaron recorriendo las playas y buceando en los arrecifes de coral. Otros seguimos el plan de Josu: un día de playa y buceo, claro, y los otros dos para buscar el rastro de las familias vascas que habían emigrado a esta zona para trabajar en los campos de caña de azúcar. Buscamos apellidos vascos en las lápidas de los cementerios y en los listines telefónicos, visitamos el Museo del Azúcar, supimos que existía un pueblo con frontón y allá nos fuimos, preguntamos en los bares y acabamos encontrando una familia vizcaína que llevaba cuarenta años en el trópico australiano. Fue un encuentro emocionante para ellos y para nosotros. Nos invitaron a cenar en su casa y nos contaron mil historias apasionantes de la emigración, divertidas algunas y trágicas otras.

Con Josu aprendí que los viajes y el periodismo son dos actividades que, bien hechas, comparten algo esencial: sirven para acercarse a los demás.

El pasado 20 de diciembre Josu cumplió 50 años. Lo celebramos con una fiesta medio sorpresa, en la que nos juntamos unos cincuenta o sesenta amigos, y le regalamos un blog que pronto se convertirá en la web oficial de la Nairobitarra, aquel autobús que en 1981 viajó desde Tolosa hasta Nairobi y que fue el principio de muchas aventuras. Ese blog recoge muchos textos sobre los viajes del autobús y sobre las expediciones de Josu por medio mundo, y también una galería de fotos de la historia de la Nairobitarra.

Hace unos años escribí un perfil de Josu. Empieza así:

"Josu Iztueta ha rastrillado el mundo durante un millón de kilómetros. En 1982 compró con su amigo Ángel un camión de mudanzas desvencijado, reclutó a veinte entusiastas y cruzó con ellos las arenas del Sáhara; las manos se le quedaron pegadas a ese volante durante veinticinco años más, en los que Ángel y él condujeron a 1.500 personas por Europa, África y las dos Américas. Entre viaje y viaje, se calzó los esquís y atravesó Groenlandia. Pedaleó por Laponia y California. Remó en piragua por el Nilo, el Báltico y el Mediterráneo. Palpó la muerte en el cauce helado del río Yukon. Pero las aventuras son un celofán engañoso. Josu guarda motivos más íntimos para viajar, para arriesgarse y sufrir: su curiosidad inagotable por el mundo, la capacidad de admiración constante, la reacción instintiva de ponerse en el pellejo del otro. ¿Por qué viaja Josu? La respuesta es sencilla pero tan potente como para sostener toda una vida. Se adivina entre sus argumentos para organizar una expedición a los puntos más bajos de cada continente y no a las cumbres: “En los ochomiles no vive nadie; en las depresiones encontraremos mineros, nómadas, pescadores, pastores”. Ahí late su definición del viaje: viajar es acercarse a los demás".

El perfil completo puede leerse aquí.

(Las fotos: Josu con 31 años, al terminar la travesía de Groenlandia sobre esquís, y Josu ahora).

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Zoetemelk y la fe en los mapas

La lista de mis blogs de cabecera (la tenéis en la columna de la derecha) no obedece a ningún orden. Dos excepciones: el primero y el último están puestos ahí por algo.

El primero es el maestro Eresfea, maestro mío y de mucha otra gente, como puede apreciarse en los comentarios de sus lectores (y admiradores) habituales. Eresfea, conocido como Josean en la vida real, es un tipo que sabe dónde va. Da lo mismo que escriba sobre literatura rusa, excursiones montañeras, recolección de setas, diálogos uruguayos o escenas de infancia que le apartaron del comunismo gracias a un merengue, todo lo que escribe avanza siempre por un camino muy claro. O por una trocha, palabra que le gusta mucho. Una vez, hace ya varios años, me habló de la diferencia entre los escritores que son guías y los que son exploradores. Con el paso del tiempo lo voy entendiendo poco a poco. Poco a poco.

Eresfea siempre sabe dónde va y mantiene su fe infantil en los mapas. Pero el otro día esa fe le costó un par de horas de sofocón por una senda que existía en el mapa pero no en la realidad, un pequeño detalle que resulta algo molesto. Lo contó aquí.

Yo también sentí esa atracción infantil por los mapas, un fenómeno bastante misterioso. Hace pocos días escribí algo sobre eso, en los párrafos iniciales del capítulo que dedicaré a las Alpujarras en el libro Vespaña. El libro avanza lento y con muchas muchísimas interrupciones, pero aquí van tres parrafitos. Podéis lanzar críticas y sugerencias, así lo vamos puliendo y probamos eso de la escritura interactiva. Va:

"Hay itinerarios que se pueden recitar como conjuros: ¡Órgiva, Carataunas, Soportújar, Pampaneira, Bubión, Capileira, Pitres, Pórtugos, Busquístar, Trevélez, Juviles, Bérchules, Mecina-Bombarón, Yegen, Válor, Mecina-Alfahar, Ugíjar!

Nunca había estado en Las Alpujarras pero conozco sus pueblos desde que cumplí los 13años. Al menos los nombres. Me regalaron un libro de rutas cicloturistas por España que incluía un taco de hojas sueltas, recogidas en varios pliegues, en las que se dibujaba el perfil altimétrico de los recorridos. Solía desplegarlos sobre la alfombra del salón y me tumbaba boca abajo para leerlos, para seguir con el dedo las líneas rojas que subían a los puertos y bajaban a los valles. El itinerario de Las Alpujarras se convirtió en mi favorito. Por sus nombres. Leía sílaba a sílaba aquellas palabras tan raras, como quien trata de descifrar un código, y así memoricé Carataunas y Pampaneira y Mecina-Bombarón y algunos otros. Entonces para mí no eran más que puñaditos de casas alrededor de un campanario: el icono que aparecía en aquellos perfiles cicloturistas para representar los pueblos.

Algunos topónimos poseen una extraña capacidad de atracción, quizá porque sus letras y sus sílabas se agrupan de una manera tan exótica que revelan la presencia de otras gentes, otros paisajes y otras historias. Para un guipuzcoano de 13 años, nombres como Carataunas o Pampaneira o Mecina-Bombarón resonaban como un tam-tam. La toponimia es el primer indicio, la primera sospecha de que el mundo ha cuajado de una manera bastante diferente por ahí fuera. Y a esas edades es capaz de encender un impulso difícil de nombrar, una curiosidad por la geografía, una inquietud por buscarle las esquinas al mundo. Yo quería viajar a Pampaneira".



domingo, 16 de diciembre de 2007

Más verdad de lo que parece


Nuestra amiga I. intentaba hablarnos de Sidney Poitier pero el nombre no le venía a la memoria:

-Cómo era este actor... éste que siempre hacía de negro...

viernes, 14 de diciembre de 2007

Arenisca y esmalte

Ayer jueves paseé de nuevo por las calas y los acantilados de Jaizkibel, donde abundan las rocas de arenisca erosionada.

El martes me quitaron la penúltima muela del juicio porque estaba cariada. Hoy viernes me han quitado la última, por la misma razón.



miércoles, 12 de diciembre de 2007

Tomar partido (Gervasio Sánchez)




La chica que aparece en las cubiertas de estos tres libros es Sofía Alface, de Mozambique. En la primera aparece con 14 años, en la segunda con 19, y en la tercera con 24. Cuando tenía 10 años fue a recoger leña con su hermana María, de 8. Pisaron una mina. María murió y Sofía perdió las dos piernas.

Sofía estará mañana en San Sebastián. Le acompañará el bosnio Adis Smajic, que perdió un ojo y una mano por culpa de otra mina cuando tenía 13 años. Sus historias son dos de las siete que recogió el periodista y fótógrafo Gervasio Sánchez en el libro Vidas minadas (1997). Cinco años más tarde, Sánchez publicó una segunda parte en la que mostraba cómo era la vida de estas personas pasado un lustro. Y ahora presenta Vidas minadas. Diez años después. Lo hará mañana, 13 de diciembre, a las 19.30, en la sala de actos de la Biblioteca Municipal de la Parte Vieja (la cripta, acceso por la calle San Jerónimo). Allí estarán Gervasio, Sofía y Adis.

Sánchez es uno de los fotoperiodistas internacionales más prestigiosos. En los años ochenta fotografió los conflictos de América Latina (El Salvador, Nicaragua, Colombia…). En los noventa trabajó en los Balcanes y en las guerras de África (Ruanda, Burundi, Angola, Liberia o Sierra Leona). También viajó a Timor Oriental y a Afganistán.

Además de su talento artístico y su pericia técnica, lo que realmente llama la atención es su cercanía con las víctimas. En medio del horror, Sánchez siempre se acerca a las personas. Porque le preocupan. Así de sencillo y de inusual. Le preocupaba, por ejemplo, la vida de los niños soldado que conoció en las guerrillas latinoamericanas y africanas. Junto con Chema Caballero, misionero en Sierra Leona, ideó el proyecto Salvar a los niños soldado, para rehabilitar a estos chavales que habían pasado su infancia repartiendo y recibiendo tiros y machetazos. Publicó un libro de fotografías que relataba esas historias atroces. En 1997 terminó el primer volumen de Vidas minadas, en el que relata la pesadilla que viven los habitantes de los países cuyos territorios han sido minados (con minas fabricadas en España, por ejemplo). La obra muestra los retratos y narra las vidas de siete personas que quedaron mutiladas en países como Camboya, Angola, Bosnia o Nicaragua, como Sofía o Adis. Y Sánchez sigue junto a estas víctimas cinco y diez años más tarde, porque le preocupa cómo avanzan esas vidas que un día fueron destrozadas por una mina.

Extraigo dos fragmentos de la entrevista que le hicieron a Gervasio Sánchez en la revista Greenpeace.

-¿Un periodista ha de tomar partido en una guerra?
-Por supuesto que sí, hay que tomar partido por las víctimas. En una guerra ya se sabe que la primera víctima es la verdad, pues para conocer la verdad lo que tienes que hacer es estar al lado de las víctimas. Porque son la única verdad incuestionable de las guerras. Cuanto más cerca estás de ellas, más cerca estás de la verdad.
-Después de tantos años viendo guerras y sufrimiento, ¿qué le anima a seguir adelante?
Mi trabajo me gusta mucho y recibo muchas compensaciones. Me relaciono con las víctimas de la guerra y eso me aporta mucho. Conozco a niños que han sido soldados y he visto cómo se reincorporan a la vida normal o forman una familia. Todo esto hace que yo no necesite ir al psicólogo. Hay colegas que trabajan en una redacción y acaban yendo a consulta porque terminan aburridos de su vida. Yo hago una balanza y en un lado sale lo peor del hombre en las guerras, pero también sale lo mejor. Ves al que se juega la vida por esconder en su casa a la hija de un vecino para que no la violen y la maten.

(Más información sobre el proyecto, los libros y el autor).

lunes, 10 de diciembre de 2007

Teletienda (con perdón)

La editorial Elea acaba de publicar la tercera edición de Los sótanos del mundo, relato del viaje por la depresión más profunda de cada continente. En esta página podéis encontrar más información sobre el libro y leer algunos fragmentos.

Si alguien quiere comprarlo pero no lo encuentra en las librerías o está acatarrado y prefiere no salir a la calle, puede pedirlo en esta dirección: info@eleaeditorial.com. Basta con mandar el nombre completo y las señas, pedir un ejemplar y la editorial lo enviará por correo (coste: 18 euros que se pagan contra reembolso, el mismo precio que en la tienda).

El autor desea a sus lectores que el viaje por las depresiones geográficas no les produzca ninguna depresión psicológica.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Antonio subiendo al monte Carmelo

Al texto del pasado miércoles le faltaba esta foto de Antonio en una noche oscura, con ansias, en amores inflamado, ¡oh dichosa ventura!... (el título se lo he copiado a Eresfea).

viernes, 7 de diciembre de 2007

Jornada de trabajo

Me pagan para que pasee por estos lugares. Creo que es la cumbre de mi carrera laboral.

(Fue una jornada completa, de ocho horas: empezamos a caminar a las 8.30 y paramos a las 16.30, con pausas para el picoteo, según convenio. Pinchad en las fotos y se ampliarán. Me acompañó el saltarín de la primera imagen, Xabier Igoa. Él lo hizo gratis).




miércoles, 5 de diciembre de 2007

Conversar

Nadie reparte juego en las conversaciones como nuestro amigo Antonio, la persona más atenta que conozco. Es el Guardiola de las mesas multitudinarias. Cuando hay alguien nuevo, recién llegado o que apenas conoce al resto del grupo, Antonio siempre anda atento para que no quede fuera de la conversación, se interesa por él, le pregunta, le da bola para que participe. A veces se da cuenta de que la charla va muy lanzada por terrenos que todos conocen muy bien menos la persona recién llegada y entonces aprovecha una pausa para balbucear un par de palabras ("bueno..., entonces...") y, zas, pega un pase de cuarenta metros y cambia la conversación hasta el otro lado del campo, para que la bola llegue a la persona menos integrada del grupo.

A veces esos cambios de Antonio pillan por sorpresa a todos los demás y nos partimos de risa. Un suponer: una larga conversación entre padres sobre las consultas con el pediatra se interrumpe con un balbuceo de Antonio ("bueno..., entonces..."), un giro de cuello hacia la persona que está callada desde hace diez minutos y una pregunta como "entonces, ¿son muy duras las pruebas físicas para ser guardia municipal?".

También nos reímos con el legendario juego de las sillas de Antonio: en una comida multitudinaria, a partir del segundo plato empieza a cambiarse de sitio en la mesa, se va de una punta a otra, para charlar con los de aquí y los de allá. Nos reímos, él se ríe, pero consigue romper los grupitos y que todos acabemos hablando con todos. La palabra conversar viene del latín "vivir en compañía". En eso nadie es más hábil que Antonio.

Visito a menudo la casa de Antonio y Ester (y los pequeños Juan y Fátima). Incluso la he okupado durante días y semanas. A veces me da un poco de apuro presentarme allí o quedarme a dormir: es una casa con dos niños pequeños, con sus horarios de baños y cenas, con las lloreras de rigor y el silencio cuando por fin duermen, son un padre y una madre agotados después de un día con mucho ajetreo en casa y en el trabajo. Pero es una familia de hospitalidad beduina. La última vez que dormí en Pamplona, Antonio me invitó por mail con estas palabras: "Ven siempre que quieras. Nos gusta salir de nuestras conversaciones".

domingo, 2 de diciembre de 2007

Y si llega a tener un hijo budista, qué, ¿eh?

Ya es la segunda vez que chupo rueda de David Álvarez, el que dispara balazos con tanta puntería. David es también uno de los autores de la página recienoido.com, en la que recogen "frases, murmullos, diálogos y secretos oídos en las calles de Madrid". Esto de asomarse sólo cinco segundos a la vida de los demás y luego retirarse es un ejercicio muy interesante y divertido, pero también bastante inquietante: muestra que si nos pillan en un momento aislado, cualquiera de nosotros puede parecer un loco, un atontado, un genio, un sabio o un bestia.

Además, la captura de fragmentos de conversaciones es un ejercicio adictivo. Echadle un vistazo a la página de David y ya veréis cómo en los próximos días andáis con la antena puesta. Aquí va una pieza donostiarra que cacé este sábado.

Entré en una librería-papelería, justo cuando salía un cliente. Dentro no había nadie más que los dueños de la tienda: una señora y un treintañero, que parecían madre e hijo. Escuché esto:

Madre: Y si ese hombre hubiera tenido un hijo budista, qué, ¿eh?
Hijo: Mucha casualidad habría sido, ¡mucha casualidad!
Madre: Bueno, pues tú por si acaso no digas esas cosas.

Para qué recurrir a paparruchadas paranormales ikerjimenescas, si la vida corriente está llena de enigmas apasionantes. ¿Cuál habría sido ese comentario ofensivo para el padre de un budista?

viernes, 30 de noviembre de 2007

La demarcación del Oeste

Hacía nueve años que los Estados Unidos eran independientes y el presidente Thomas Jefferson miró hacia el oeste, donde se extendía todo un continente en blanco. No tenía ni idea de lo que había en los siguientes cuatro mil kilómetros. En 1785 impulsó el Decreto del Suelo, un proyecto que pretendía organizar de una manera absolutamente racional la colonización de aquella inmensidad desconocida.

Copio los siguientes dos párrafos del libro Mala tierra. Viaje por los yermos de Montana, de Jonathan Raban:

“El Decreto del Suelo era un documento tan ambicioso que daba vértigo. Empezando en un punto arbitrario del río Ohio, donde su curso deja Pennsylvania rumbo al oeste, se desplegaba sobre la enorme extensión inexplorada y sin colonizar de Norteamérica una fantasmagórica cuadrícula de casillas numeradas. En las laderas de montañas aún por descubrir, en valles todavía bajo el dominio de “salvajes” desconocidos, unas ciudades cuadriculadas aguardaban la llegada de exploradores como Lewis y Clark y de los agrimensores. Según el esquema mental de Jefferson, las ciudades estaban allí, en el mundo desconocido, como entidades platónicas. Para darles presencia física, primero había que localizarlas y marcarlas. Incluso mientras te abrías paso a hachazos entre los matorrales, ya sabías el número del municipio, así como el de la sección de doscientas sesenta hectáreas donde estabas. Según el Decreto había que reservar una sección (la número 16, situada cerca del centro de cada municipio) para usos educacionales, y el gobierno de los Estados Unidos se reservaba otros cuatro. De manera que unas ciudades todavía sin trazar ya estaban dotadas con escuelas y colegios universitarios fantasmas, oficinas de correos fantasmas, palacios de justicia, cuarteles, oficinas de licencias y demás engranajes de una civilización regulada.

Se necesitaron casi ciento cuarenta años para cuadricular el Oeste como la hoja de un bloc y, a comienzos del siglo XX, los agrimensores todavía trabajaban en las praderas de Montana trazando líneas de secciones con la brújula de anteojo solar mejorada por Burt. La distancia se medía con cadenas, para lo cual utilizaban la cadena modelo de cien eslabones, de veinte metros de longitud. Mientras se tensaba la cadena, uno de los operarios clavaba en el suelo una estaca de acero con una banderita roja. Después de medir cinco cadenas, el hombre que iba delante gritaba: “¡Marca!” y los demás portadores de cadenas contestaban a coro: “¡Marca!”, luego retiraban las estacas y la cuadrilla se trasladaba al tramo siguiente. A las cuarenta cadenas, en un hoyo de cuatro metros y medio de profundidad se clavaba un poste de madera, de unos siete metros y medio de alto, con números arábicos grabados en una de las caras, con lo cual quedaba marcado el cuarto de sección”.

En las décadas siguientes, unos funcionarios llamados "localizadores" acompañaban a los colonos que habían comprado parcelas de tierra para ayudarles a buscar las estacas que delimitaban sus enormes propiedades. Eran las estacas que décadas antes habían colocado los agrimensores, siguiendo la cuadrícula trazada sobre una hoja en blanco por el Decreto del Suelo de Jefferson.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Hoy no me puedo levantar

Me he despertado con la radio y he oído este aviso: el uruguayo Gustavo Zerbino, uno de los supervivientes del avión que se estrelló en los Andes en 1972 (ya sabéis: los que sobrevivieron comiéndose los cadáveres de sus compañeros), dará una conferencia en la Escuela Politécnica de Arrasate.

Inmediatamente después han emitido el anuncio de un supermercado donostiarra: conozca nuestra variadísima oferta de carnes, carnes de todo tipo, controlamos el origen y el proceso de todas las carnes.

Me he acordado de esas crueles coincidencias que a veces se dan en los medios, cuando comparten página la noticia del naufragio de un ferry en el que murieron doscientas personas y el anuncio risueño de un fantástico crucero, con alguna frase tipo "¡disfrute un océano de lujo!" junto a la foto de unos ahogados.

Y me he acordado de este recorte que guardo desde hace tres años. En la parte inferior de la página se anuncia la película Mar adentro (que narra la historia de Ramón Sampedro, el tetrapléjico que pasó los últimos 30 años de su vida sin poder moverse) y en la parte superior se reclutan actores para un musical cuyo anuncio, ejem, quizá debería haberse publicado en otra página.

martes, 27 de noviembre de 2007

El deporte más rápido del mundo


Pues sí: el objeto que sale en el texto anterior es el esqueleto de una cesta punta, como decían Caravinagre e Imanol. Habrá que poner adivinanzas más difíciles.

En la década de 1880, un jugador guipuzcoano llamado Melchor Guruceaga se fracturó la muñeca mientras competía en el frontón Plaza Éuskara de Buenos Aires. Para compensar la fuerza perdida, pidió que le diseñaran una xistera -la herramienta de entonces- más larga y más abombada, que permitía retener la pelota y lanzarla a muchísima velocidad.

En aquellos primeros años a la cesta punta la llamaban máuser, como el fusil, porque sus disparos alcanzan velocidades mortales: pelotazos a 302 km/h (cifra atribuida por el libro Guinness a José Ramón Areitio en el frontón New Port de Rhode Island, Estados Unidos, en 1979).

El nuevo deporte se extendió por todo el mundo con un éxito arrollador, gracias a la velocidad del juego y a que se movían dinerales con las apuestas. En la época dorada, cientos de puntistas vascos salían todos los años a jugar en frontones de cuatro continentes: desde Madrid, Mallorca, Valladolid o ¡Panticosa! -ojo, pirineístas, aún quedan restos junto al balneario-, hasta los frontones asiáticos de Shanghai, Tientsin, Yakarta o Manila, pasando por los africanos de El Cairo y Tánger, los europeos de Bruselas, Roma o Milán, los americanos de México, La Habana, Montevideo, Sao Paulo, Caracas y docenas más. El cogollo estaba en Estados Unidos, con catorce frontones que movían millones de dólares en apuestas, alguno de los cuales reunía más de 13.000 espectadores diarios durante los cuatro meses de la temporada. "Es que entonces sólo estábamos los perros, los caballos y nosotros", explica Chino Bengoa, campeón del mundo en 1970. Se refiere a los juegos en los que se apostaba.

De aquella época dorada quedan historias alucinantes, como las de los puntistas vascos aliados con los gánsteres para manejar el frontón de Chicago, o la épica vikinga de jugadores muertos a pelotazos hasta que se implantó el casco.

Este verano publiqué un reportaje sobre la cesta punta, que empezaba así: "El detalle llamaba la atención a los forasteros: muchos hombres de Markina (y de Bolibar, Aulestia o Berriatua) lucían un brazo derecho bastante más desarrollado que el izquierdo. La prolongación de ese brazo musculoso, tenso, torneado, era la cesta punta, un elemento casi orgánico, tan unido durante décadas al cuerpo de los marquineses que parecía a punto de incorporarse al patrimonio genético. Si el esplendor de este deporte se hubiera prolongado unos años más, quizá la siguiente generación habría nacido con el brazo ya rematado por una cesta punta".

Podéis leerlo entero aquí.

(En la imagen, el berritxuarra Julen Bereikua, uno de los delanteros más espectaculares del momento, de cuyas paletas rotas por un pelotazo se habla en el reportaje. La foto, como la del texto anterior, es de Iñaki Mendizabal).

domingo, 25 de noviembre de 2007

Adivinanza


Los objetos que fabrica este hombre tienen un diseño extraordinario, capaz de producir potencias asombrosas. El primero de ellos se construyó en Argentina, hace 120 o 130 años. Llegaron a utilizarse en cuatro continentes pero hoy en día no habrá ni diez personas que los fabriquen. ¿De qué objeto estamos hablando?

jueves, 22 de noviembre de 2007

El grifo de la creatividad

El pasado verano fui capaz de escribir 53 reportajes consecutivos, algunos bien trabajados y otros menos, pero 53 reportajes de cuatro folios cada uno, con sus correspondientes viajes, entrevistas, recorridos y lecturas. El ritmo de trabajo y la tensión por cumplir los plazos fueron tan intensos que me pasé de rosca cuando apenas había escrito unos cuantos; acabé en urgencias, me hicieron un repaso completo con todo tipo de maquinitas inquietantes, me tuvieron una noche en la sección de lactancia (ejem, no había sitio en neurología), por la mañana siguiente los médicos me dijeron que todo estaba perfecto y me ofrecieron una pequeña charla de bienvenida al maravilloso mundo de la migraña, luego me dieron un par de palmaditas en el hombro y me mandaron a casa con una provisión de pastillas contra el dolor de cabeza. Durante los dos meses siguientes tecleé contrarreloj, con la lengua fuera y las pastillas siempre a mano, pero fui capaz de acabar todos esos reportajes y de cumplir el encargo. Una vez olvidados los malos tragos, la experiencia de escribir tantas semanas seguidas con un ritmo industrial me pareció un entrenamiento estupendo. Oficio.

Ahora, después de un par de meses de ganduleo y viajes, me pongo a escribir el libro Vespaña con toda la placidez del mundo. Dispongo de casi todo el tiempo libre que deseo, no tengo ningún plazo señalado en el calendario, me apetece un montón relatar algunas historias estupendas de aquel viaje. Y en estas condiciones ideales me paso horas y horas atascado en un par de párrafos; por cada página que me gusta escribo cinco que no me gustan; reescribo y reescribo y reescribo y al final descubro que la tercera versión es peor que la segunda y mucho peor que la primera. A veces pienso que se me ha olvidado esto de darle a la tecla. No tiro la toalla, pero sí cambio a menudo de capítulos: guardo los que se me resisten y voy a por otros más sencillos. Cuando resuelvo alguno, disfruto como un mono y la alegría me anima a atacar otro. Pero a veces paso un par de días atrancado y pienso de nuevo que se me ha olvidado escribir, que la experiencia del verano me saturó, que necesitaré unos cuantos meses de descanso para recuperar la frescura. Sí que tengo cierta resaca, porque hay una parte física en todo esto: de vez en cuando me incordian algunos dolores leves de cabeza y me cuesta concentrarme. Pero estando bastante peor fui capaz de escribir buenas páginas, y esprintando.

Así que debe de haber algo más. Creo que me falta algún estímulo para sacudirme esta modorra creativa, algún estímulo que sí tenía en el verano. Calvin da en el clavo (pinchad en la imagen y se ampliará):

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Niños gratis

Ayer, 20 de noviembre, se celebró el Día Mundial de la Infancia. Con tanto empeño por proteger a la chavalería y tanta operación para desarticular redes de pederastas, no sé a qué esperan para actuar contra las ofertas tan depravadas que cuelgan alegremente de los escaparates de las agencias de viaje. Fijaos, fijaos en vuestras ciudades.



martes, 20 de noviembre de 2007

Agenda


Este miércoles, 21 de noviembre, proyección de Vespaña en San Sebastián (euskaraz).

Non: Elkar liburudendan (Fermin Calbeton, 21. Donostia).
Noiz: 19etan.

(Datorren asteko asteazkenean Josu Iztuetak Nairobitarra autobusari buruzko emanaldia eskainiko du leku eta ordu berean).

lunes, 19 de noviembre de 2007

El Águila mutante


(La foto es de L'Equipe y la publica elmundo.es. Son Anquetil y Bahamontes).

Federico Martín Bahamontes ganó el Tour de Francia de 1959 y fue rey de la montaña seis veces. 42 años después de retirarse, aún lucha para pulir su palmarés. Y la vida le ayuda: sus rivales de la época van muriendo y él aprovecha para ajustar cuentas.

Hace dos años murió el luxemburgués Charly Gaul, vencedor del Tour de 1958 y de los Giros de 1956 y 1959. A Bahamontes le escuché decir algo parecido a esto: "Sí, Charly Gaul fue un gran ciclista, un rival muy duro. Pero un año me robó el premio de la montaña en el Tour, porque en un puerto yo pasé primero pero le dieron los puntos a él, y por esos puntos me acabó ganando. Yo debería tener siete premios de la montaña, no seis. Y ser rey de la montaña entonces tenía más merito porque lo disputaban los mejores corredores, no como estos años con Virenque, que no se lo disputaba nadie". (Richard Virenque fue rey de la montaña siete veces entre 1994 y 2004 y le quitó el récord a Bahamontes).

Ahora se cumplen veinte años de la muerte de Jacques Anquetil, el primer ciclista que ganó cinco Tours. En elmundo.es, Bahamontes reconoce la calidad de su rival y justo después le quita méritos: "Tenía un equipazo y remataba siempre en las cronometradas". Luego recuerda que le robó el Tour de 1963: "Nunca olvidaré la etapa de Chamonix. Ese día me la jugó sirviéndose de un motorista que le lanzó en la llegada. Me quitó el Tour".

A Bahamontes le llamaban el Águila de Toledo. Quizá se podría actualizar el apodo:



(La foto es de la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno balear).

viernes, 16 de noviembre de 2007

Bienvenidos a Sdaskgg

¿Alguna vez os han pedido que demostréis que sois humanos? Es un momento emocionante.
Ocurre cada vez que queremos dejar comentarios en un blog como éste. Para evitar que los robots ciegos siembren de publicidad el espacio de los comentarios, nos piden que leamos una combinación de letras retorcidas y que la reescribamos. Así ganamos el permiso para publicar. En esos casos yo tecleo las letras y espero con un poco de inquietud hasta que me confirman que soy una forma de vida basada en el carbono y no en el silicio. ¡Aupa el carbono!

También es cierto que esa confirmación de humanidad nos la da otro robot (blogger, por ejemplo) pero si sigo por ahí me voy a marear y yo quería hablar de otra cosa.

Quería hablar sobre esas misteriosas combinaciones de letras. Se supone que son aleatorias, pero a veces da la impresión de que obedecen a un código. ¿Serán señales, mensajes, ecos de un universo paralelo? ¿O simplemente obedecen a las reglas de estilo y sintaxis de los comunicados de Melendi?

Algunas combinaciones suenan realmente oscuras: yszgrlbd, vmfkmn, qregbefj. Otras resultan sugerentes: nyatqm (¿nuevayorktequieromucho?), mextijj (¿méxicotijuana?), vntpradt (¿ventealpradito?). Las hay bostezantes (booaobf), enfurruñadas (grummfh) y tontorronas (tiqkpiti). Y las que no son subliminales sino bastante liminales: ¡zpkputh!

Pienso en las que no dicen nada identificable pero que suenan a algo. Deprats. Pueluno. Piffquo. Como si fueran palabras de repuesto, guardadas en algún trastero de internet para cuando falle alguna palabra de las que usamos ahora y sustituirla.

Seguro que en una wikipedia paralela y secreta existen definiciones y artículos en reserva. Por ejemplo, la entrada "Sdaskgg" (le salió una vez a un lector de Balazos y la guardé).

Sdaskgg: pueblo costero del archipiélago de las Lofoten, Noruega. 5.500 habitantes. Conocido por sus canales como la Venecia boreal. Cuenta con una flota de 13 barcos pesqueros, tres grandes secaderos de bacalao y una fábrica conservera. Fiestas: famoso concurso de construcción de pirámides de salmón podrido, para celebrar el solsticio de invierno. Acontecimientos históricos: en el año 952 aquí nació Olaf Vingelson ("el que mea lejos"), comandante de Erik el Rojo en el descubrimiento de Groenlandia. En 1940, durante la invasión alemana, una lancha nazi tomó posesión del puerto y plantó la bandera con la esvástica. Se les olvidó quitarla hasta 1978.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Locución adverbial

Mira que llevaba tiempo esperando, pero hasta la semana pasada nadie me lo había preguntado. Fue Lucía.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Mira quién pasa




En la terraza de un café marroquí hay una manera muy sencilla de distinguir a los nativos y a los forasteros: los forasteros nos sentamos alrededor de la mesa en círculo; los marroquíes se sientan siempre en hilera, de espaldas a la cafetería, mirando a la calle.

Los ocupantes -casi habitantes- de las terrazas son hombres. Es rarísimo ver mujeres. Están solos o como mucho en parejas. Pasan horas muertas con un vaso de café con leche y otro de agua sobre la mesa, en silencio. Casi todos fuman. Muy pocos leen, y sólo leen prensa: esos periódicos asabanados árabes, tan grandes que al desplegarse parece que están montando una jaima. Algunos resuelven sudokus o crucigramas. Pero la mayoría no se distrae del objetivo principal: los movimientos de la calle. Pasa una chica árabe, voluptuosa y escotada, y los cinco hombres del café La Perla de El-Jadida se avisan unos a otros con una palabra a media voz, un carraspeo o un psst. La chica pasa por delante del café, una veintena de metros más allá, y los cuellos de los cinco espectadores siguen su trayectoria de izquierda a derecha. Mirada de girasol. La chica entra en un local y los hombres vuelven a mirar al frente, sin hacer un solo comentario. La mañana ha gastado otro minuto. Quizá uno de los mejores.

Cuando Francis, Víctor y yo decidimos adoptar esa costumbre de sentarnos alineados hacia la calle, empezamos a hacer descubrimientos. En nuestra hora más productiva como mirones, descubrimos a un espía español, encontramos un doble de Falete y asistimos a un tenso episodio de malentendidos y sonrisas congeladas entre un chico marroquí de veintipocos y una chica europea de treintaimuchos (un tipo de pareja sorprendentemente habitual en ciertas terrazas de Marrakech).

En Rabat pasamos media tarde mirando desde una terraza, a pie de calle en la avenida Mohammed V. Media tarde, porque tuvimos que interrumpir la sesión para ir al hotel a echar una siesta, antes de ir al cine: turismo de aventura. En esa media tarde fichamos a todos los limpiabotas, los chicos de los recados y los viejos que entraban a la medina con carros llenos de sacos y volvían con carros vacíos, examinamos las estrategias de los mendigos, incluso descubrimos qué chica le gustaba al chico que vendía películas piratas.

Los marroquíes son muy buenos mirando. Podría decirse que esto es una muestra de las pequeñas sabidurías de la vida (versión literatura) o reflejo del alto índice de paro (versión periodismo).

PD: Víctor cuenta algunas cosas muy interesantes de su viaje por Marruecos. Su viaje por Marruecos es diferente de mi viaje o del viaje de Francis. Tres personas, tres viajes, como es natural. Por ahora lo cuenta en dos entregas: Las cosas por dentro y Monsieur Camèra (en esta segunda entrega hay un enlace a un vídeo espectacular que ha montado Víctor, puro cine de subsuelo).

(El de la foto es Josema, en el viaje anterior, en enero. Todo esto de mirar está muy bien, pero a veces hay cosas más interesantes).

martes, 13 de noviembre de 2007

Contactos exploratorios


El recorte es viejo pero me sigo riendo cada vez que lo veo. Y ahora que tengo un blog, pues venga, que para eso están. Pinchad en la imagen y veréis a Odón Elorza (alcalde donostiarra) y a Duñike Agirrezabalaga (edil de Izquierda Unida). No tengo el gusto de conocer a Aingeru Munguía, el periodista que firma, pero seguro que ese día le ganó una cena a algún compañero de redacción.
(¿Sería el mismo periodista que hace años escribió aquello de "Odón Elorza, cabeza visible del Ayuntamiento de San Sebastián", frasecita que también aplicaron a Miguel Ángel Lotina, "cabeza visible del vestuario realista"? Cuánta mala leche).

lunes, 12 de noviembre de 2007

Todos los días pedía a gritos ir a ver la cabra muerta

No todo va a ser rencor por los millones ajenos: me alegro muchísimo de que Chris Stewart se esté forrando. Stewart es un inglés que se instaló con su familia en Las Alpujarras granadinas como quien aterriza en Marte, después contó esas andanzas en un libro llamado Entre limones -con un estilo que podríamos llamar "ternura cachonda"- y ya ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo (en España creo que lleva ocho ediciones).
Aquí va una de las historias de Entre limones (editorial Almuzara):

"Dado que Chlöe era, al fin y al cabo, una niña cortijera, el nacimiento y la muerte entraron a formar parte de su experiencia diaria. Antes de haber cumplido un año ya había visto nacer corderos, y no pareció importarle que repartiéramos el resto de los cachorros de Bonka o que despacháramos alguna que otra gallina u oveja.
Cuando se acercaba a los dos años, lo que más le gustaba hacer era ir a la cueva que había junto al río para ver la cabra muerta. Una cabra enferma procedente de uno de los rebaños que pastaban en la ribera había entrado en una cueva para morir en el lugar donde confluyen los ríos. Nos encontramos el cadáver, hinchado y destrozado por los animales salvajes, maloliente, y cubierto por un enjambre de moscas tan denso que parecía como si el animal hubiera cobrado vida de nuevo. Los ojos habían desaparecido hacía tiempo. La cabra miraba hacia los juncos por unas órbitas sanguinolentas.
"Tengo que ocultarle este espantoso espectáculo", pensé, intentando interponerme entre Chloë y la cueva.
-¿Qué es eso? -preguntó, señalando imperiosamente con el dedo hacia la cueva.
-¿Qué es qué?
-Eso de ahí.
-Oh, eso. No es más que una cabra muerta.
-Chloë ver cabra muerta -insistió, arrastrándome del brazo hacia la cueva.
Le encantó verla. No sentía la repulsión que los adultos sentimos por esas cosas. Todos los días pedía a gritos ir a ver la cabra muerta, mientras ésta iba descomponiéndose y desapareciendo, devorada por los zorros, los pájaros y los perros. Yo también llegué a esperar con impaciencia nuestras expediciones, para ver el avance del proceso mediante el cual el muy consistente ser de la cabra poco a poco volvía a convertirse en nada. Si hubiéramos vivido en la ciudad tal vez habríamos ido al parque todos los días. Las ventajas de la vida en el campo no siempre resultan obvias".
PD: Acaban de publicar El loro en el limonero, segunda parte de la historia. Promete.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Austeridad

Leo que los 3.100 euros cobrados por Marichalar en Pamplona se desglosan así: 2.500 por la charla y 600 por el desplazamiento. Como dije en el texto anterior, no debo juzgar si el interés y la calidad de su charla justifican un pago diez o quince veces superior al habitual, porque soy parte interesada. Pero sí puedo decir algo sobre los gastos de desplazamiento, porque desplazándonos somos todos igual de buenos (en euros por kilómetro).

Dicen que este hombre que cobró 600 euros en gastos de desplazamiento procede de una familia que "lleva la austeridad por bandera".

Qué será eso de la austeridad. Lo que leo en el diccionario no me cuadra. ¿Existirá alguna otra acepción de esta palabra? No sé, a ver:

Austeridad: afición a comprar libros de Paul Auster en edición de bolsillo.

¿Será eso?

jueves, 8 de noviembre de 2007

Otras maneras de vivir

(Actualización: durante unas horas a este texto le ha faltado el tercer párrafo. Mañana se publicará en el Diario de Noticias de Pamplona).

Ayer me llamó un amigo periodista del Diario de Noticias para contarme que el Ayuntamiento de Pamplona pagó 3.100 euros a Álvaro de Marichalar por una charla. En octubre Marichalar relató su travesía del océano Atlántico en moto náutica, dentro de un programa de conferencias titulado "Otras maneras de vivir", que se celebra a lo largo del año en diferentes casas de cultura de Pamplona. Yo di dos charlas en febrero (Vespaña I y II) dentro de ese mismo programa y el periodista quería saber cuánto había cobrado. Cobré 264 euros brutos por cada una de ellas (225 netos). El periodista estaba llamando a los demás conferenciantes y me dijo que todos habíamos recibido cantidades parecidas: 200-250 euros, sin llegar en ningún caso a los 300. Hoy Diario de Noticias publica esta información.

Me considero bien pagado por el Ayuntamiento de Pamplona, exquisitamente tratado por los organizadores y los trabajadores del Civivox de San Jorge y no tengo nada que reclamar. Cobré de la misma caja que el navegante, por lo tanto soy parte interesada y no soy yo quien debe juzgar si el contenido de su conferencia o la relevancia pública del personaje justifican el pago de una cantidad diez o quince veces superior a la habitual.

Pero me parece oportuno plantear una cuestión que yo mismo no tengo muy clara: ¿cómo se mide el valor económico de una charla? A mí siempre me ha resultado muy difícil establecer un precio. Cuando un organizador me pide un presupuesto, me cuesta mucho dar una cifra. Con el paso de los años, viendo lo que piden unos y otros y lo que suelen ofrecer los organizadores, he ido encajando mi tarifa entre los 200 y los 300 euros, a veces más, a veces menos. No sé si una de mis proyecciones justifica ese desembolso. Si las cobro, es porque creo que sí. Pero me parece interesante que se discuta. Por ejemplo, detrás de mi charla Vespaña hay dos meses de viaje pagado de mi bolsillo, bastantes horas de trabajo para preparar la proyección, una inversión considerable (la moto, la cámara de fotos, el ordenador, el proyector…) y un desplazamiento y una dedicación de varias horas para dar la charla. Supongo que esos gastos (¡voluntarios!) deben reflejarse de alguna manera en la tarifa. Por otra parte, no dejo de pensar que me basta una hora y pico de narración, con la que además disfruto, para llevarme 225 euros. Y que a la gente le cuesta muchas horas de trabajo reunir ese dinero.

A la hora de establecer los honorarios entra en juego otro concepto muy resbaladizo: el caché. Una persona con prestigio (o simplemente famosa) puede cobrar un dineral por dar una charla, hacer una presentación o apadrinar un acto. El caché no es un criterio objetivo. Se fija según las pretensiones del personaje y el interés de los organizadores, por razones y conveniencias que nadie tiene por qué conocer si se trata de un acuerdo privado. Cuando el dinero es público, me parece necesario que las cantidades se divulguen, para que se pueda discutir si la aportación social de esos eventos justifica tales honorarios. Así ha ocurrido en este caso: las cantidades cobradas son públicas y además se han divulgado. Fenomenal. Ahora sería interesante que los pamploneses, y en especial los asistentes a las charlas, nos dijeran a Marichalar, a mí y a los demás ponentes si consideran adecuados los dineros que hemos recibido del erario de su ciudad.

Aquí van mis cuentas con los pamploneses. Como digo, en febrero cobré 264 euros brutos por cada una de las dos charlas que di en el programa "Otras maneras de vivir" (asistieron unos 40 o 50 espectadores a cada una). En el otoño pasado recibí 300 euros brutos por una charla en euskera para el Ateneo Navarro (unos 50 o 60 espectadores; la incluyo porque creo que esta entidad recibe subvenciones del Ayuntamiento). Y hace un par de años di una serie de cinco charlas viajeras en el centro cultural de la Navarrería, por cada una de las cuales cobré 75 euros brutos (asistieron entre 20 y 50 personas por charla). ¿Es justo? ¿Es poco? ¿Es mucho?

Para completar el panorama y saciar algunas curiosidades, explicaré que esa tarifa mía que ronda los 200 o 300 euros suele variar mucho de unas ocasiones a otras. Evidentemente considero justo que me paguen y prefiero cobrar más que cobrar menos. Pero procuro amoldar los precios a las posibilidades de cada organizador y nunca he rechazado ninguna propuesta porque pagaran poco. He dado bastantes charlas gratis, por diversas razones (por convencimiento propio y alguna vez por descaro ajeno). Con una asociación cultural de un pueblo de 85 habitantes pacté estos honorarios: un queso y una botella de sidra. Otras veces me han pagado cantidades que me parecen muy generosas. La vez que más he cobrado con dinero público: 300 euros. La vez que más he cobrado con dinero privado: 600 euros y una comilona espectacular.

Terminaré con el caso del viajero y divulgador Josu Iztueta, conductor del legendario autobús Nairobitarra y protagonista de algunas expediciones muy destacadas. Josu suele ir donde le llamen y cobra lo que le paguen, ya sean 100 euros o 300, y se pone enfermo con lo que él llama “despilfarro cultural”. Maneja un criterio interesante: si el coste de una de sus charlas sale a más de 5 o 6 euros por espectador… malo (aunque a veces la culpa de la asistencia escasa sea del organizador, que quizá no se ha esforzado en anunciar la charla porque total ya está pagada con dinero público…). Hace poco a Josu le ofrecieron 400 euros por dar una charla en un euskaltegi, lo que le exigía un viaje de tres horas por autopista, ida y vuelta. Aceptó con una condición: por esa cantidad, además de dar la charla a los alumnos del turno de la mañana (como estaba previsto), se quedaría y se la daría también a los del turno de la tarde. En otra ocasión le ofrecieron 500 euros por una charla en otro euskaltegi, también lejano, y él se negó y se negó… hasta que rebajaron el pago a 300 euros, y entonces aceptó. El organizador insistía para que Josu aceptara los 500 euros con este argumento: “Deberías cobrarlos, porque es lo que han cobrado los otros dos invitados: un escritor y profesor universitario y un académico de la lengua”. Josu siguió peleando hasta conseguir que le rebajaran el sueldo.


Sé que es un caso insólito. Pero de eso hablábamos: de otras maneras de vivir.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Contra el óxido


Basta con alejarse un poco -unos días, unos cientos de kilómetros- para darse cuenta de que en casa somos muy raros. Quizá pasemos años sin darnos cuenta, quizá no nos demos cuenta nunca, pero nuestra vida normal es rara de narices.

Yo mismo suelo sumergirme durante muchos meses en esa vida rutinaria y estrecha. Los días pautados, la necesidad imperiosa de una cuadrícula, el miedo al tachón, la obsesión por ahogar cualquier riesgo, las ansias de amarrar el futuro (¡amarrar el futuro!), la necesidad de contar siempre con un manual de instrucciones. La vida se va impregnando de estas leves -o no tan leves- angustias, hasta que las angustias ya no se distinguen de la vida misma. Y vivimos con el acecho permanente de los temores. A mí también me pasa. Pero cuando vuelvo de un viaje y lo veo con ojos forasteros, me extraña mucho.

El extrañamiento: un ejercicio saludable que se consigue, por ejemplo, viajando. Regresando. A la vuelta de Marruecos, me extraña el panorama que encuentro. En ese empeño por encauzar la vida, veo con pena que algunos amigos están aplastados por el exceso de trabajo, otros viven recontando euros con angustia, hay quien padece a diario un trato tormentoso o injusto y quien vive decepcionado porque no le reconocen su tarea. Las palabras más habituales en las conversaciones son hipoteca, euríbor, horas extra, oposiciones y sobre todo una, la estrella: agobio. El resultado: migrañas, nervios quebradizos, mal humor, tristeza. Por si fuera poco, la Real no puede con el Hércules (1-1) ni con el Rácing de Ferrol (0-0).

No tengo ninguna lección que dar a nadie. Yo caigo en esas trampas igual que casi todos. Este año me han pillado dos tsunamis laborales consecutivos y en junio acabé ingresado en neurología (desdramaticemos: no quedaban camas y pasé la noche en la sección de lactantes). Todavía ando con unas pastillas para el dolor de cabeza siempre a mano, por si acaso.

No tengo lecciones para nadie pero sí una para mí mismo (en dos meses de vespa jamás me dolió la cabeza) y un recuerdo. El de Ibrahim, el tipo de la foto (ejem: el de la izquierda), un bereber que vive en Boumalne Dades, una pequeña ciudad del Atlas marroquí. Sus padres habitan una cueva de las montañas. Él no habla árabe pero sí bereber y francés, y un poco de español, italiano, inglés y alemán. Hable el idioma que hable, lo hace muy bajo y muy despacio. En los meses de temporada alta trabaja como guía turístico para una agencia. Nos lo encontramos en enero, época de turistas flacos, y entonces se dedicaba a tomar té en la terraza de un amigo hostelero. Así pasa muchos meses: paseando y charlando con los amigos. Nos explicó que no trabajaba más porque no necesitaba más. “Soy rico en tiempo”, decía.

Lo sé: la frase suena a Paulo Coelho que espanta. Pero da envidia. Me acuerdo de Ibrahim cuando vuelvo del viaje y me reencuentro con algunas locuras cotidianas. En realidad, encuentro lo mismo que había cuando me fui. Pero antes era el paisaje habitual, ya asimilado. Y ahora, después de este octubre de viajes en vespa y furgoneta melonera, aún me durará un tiempo el asombro ante nuestras propias costumbres, nuestras prioridades, nuestras inercias.

Empecé este blog explicando que salir de viaje casi me gusta más que viajar. Hoy, después de pasar octubre en órbita, disfruto de la vuelta a casa. Y encuentro otra razón para el almacén de excusas viajeras: necesito viajar para poder volver. Al volver miramos y remiramos lo que tenemos siempre delante de los ojos. Lo ponemos en cuestión. Por eso, el viaje también es un movimiento contra el óxido.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Espagueti bisnes

Si viajamos con vehículo propio por Marruecos, el primer rito que debemos cumplir en una ciudad es el de negociar con los gardiens, los vigilantes de los aparcamientos. Entiéndase por aparcamiento cualquier superficie en la que sea físicamente posible aparcar. En cuanto dejemos el vehículo, aparecerá entre los coches un hombre vestido con un amago de uniforme (vale una chaqueta con el nombre de un supermercado, vale una bata mahón, vale un chaleco reflectante). Los gardiens de las ciudades pequeñas tienden a ser discretos, educados y dignos. Los de las grandes ciudades suelen ser descarados, bullangueros y tramposos. Y los jóvenes inexpertos, como el que nos tocó en una callejuela céntrica de Marrakech, oscilan a ráfagas entre la timidez y la chulería.

-Cien dirhams por un día -nos pidió en francés, en cuanto bajamos la ventanilla (redondeando, cien dirhams son diez euros). Yo ya tenía referencias: en enero, Josema y yo habíamos pagado veinte dirhams por un día, aunque en una calle mucho menos céntrica. No me parecen mal los intentos de desplumar a los turistas pidiendo precios desorbitados (allá cada cual con su habilidad), pero a mí me tocaba hacerme el ofendido. Y en español, dando voces y señalándome la cara, que desconcierta más.

-¡Cien dirhams! ¡Pero tú me ves cara de tonto! ¡Qué te has creído, fistro!

Metí primera y amagué que me iba. El chaval reculó rápido.

-Cuarenta dirhams.

-¿Cuarenta?

Me quedé en silencio un rato, pensando en el contraataque. El chico estaba inquieto.

-Cuarenta no -le dije-, te pagamos cincuenta. Pero por dos días.

Entonces sacó del bolsillo dos tacos de papelitos, rojos y blancos. En los blancos ponía "10 dh". Y en los rojos, "20 dh". Explicó que teníamos que comprar uno de diez por cada noche y uno de veinte por cada día. Hizo sus cuentas:

-Dos noches, dos papeles de diez. Y dos días, dos papeles de veinte. Total: sesenta.

-Sesenta por dos días. ¡Y nos pedías cien por uno!

Risitas nerviosas del chaval.

-De acuerdo con lo de los papelitos. Pero nosotros dejamos la furgoneta esta noche (diez), mañana todo el día (veinte) y la siguiente noche (diez). Total, cuarenta. Te pagamos cincuenta y en paz.

Aceptó. Nos estrechamos las manos. Me dio dos papelitos de veinte y uno de diez. Le pagué cincuenta dirhams. Y nos marchamos felices, con orgullo indianajonesco: habíamos aparcado en el cogollo de Marrakech, nos pedían cien por un día y acabamos pagando cincuenta por dos.

Pero los negocios, querido Indiana, nunca resultan tan sencillos en Marruecos. Y aunque no me parecen mal los intentos de desplumar a los turistas con precios desorbitados, me da mucha muchísima rabia que no respeten la palabra. Por la tarde siguiente, cuando nos acercamos un momento a la furgoneta para coger algunas cosas, el chaval se nos lanzó a la yugular para pedirnos veinte dirhams más si queríamos dejarla la segunda noche.

Eso me cabreó de verdad y le respondí a voces. Le recordé que habíamos pactado cincuenta, que nos habíamos estrechado la mano, le puse delante de las narices los papelitos blancos y rojos que me había dado... El chico se puso a discutir. Y si la experiencia es importante para no pagar más de lo debido, también lo es para saber que en estas situaciones a Indiana le conviene enfundar el látigo. Da rabia ceder. Pero no conviene llevarse mal con los gardiens. Así que lo mejor es buscar una solución intermedia, con diplomacia.

-No te voy a pagar más. Pero sé que te pasas todo el día aquí en la calle con los coches, sé que es duro. Me gustaría agradecerte el trabajo, y mañana, cuando nos vayamos, te daré un regalito (an-petí-cadó: el abracadabra para viajar por Marruecos).

Por la mañana siguiente el chico no estaba. Le tocaba dormir. Pero su compañero, un bigotudo con sombrero de paja, nos pidió inmediatamente el peticadó. Llevábamos la furgoneta bien cargada de cierto regalito que en casa cuesta 30 céntimos de euro y que en Marruecos abre muchas puertas. Lo había aprendido en enero con Josema. Saqué uno de los paquetes de medio kilo, se lo tendí al hombre y los ojos le hicieron chiribitas. Para rematar la jugada sólo faltaba adornar el regalo con un poco de glamour:

-Es una famosa marca de pasta italiana. Mira, mira la marca: espagueti...

-¡Espagueti Eroski! -leyó el hombre, entusiasmado.

Y nos despedimos con unos tremendos y felices apretones de manos.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Viriartesca



Francis, Víctor y yo hemos viajado juntos diez días. A estas alturas, cada uno de nosotros sabe muy bien qué hacen los otros dos durante las monótonas horas de carretera, cuando la furgoneta zumba mucho y el paisaje cambia poco. También sabemos cómo se mueven los otros dos cuando paseamos por el barullo laberíntico de los zocos o por la línea simple de las orillas atlánticas, qué hacen cuando nos sentamos en la terraza de una cafetería a bebernos las horas o cuando toca discutir con los mafiosillos malencarados del puerto de Tánger. Sabemos cómo reaccionan los otros dos cuando hacemos el pardillo -casi siempre- o cuando nos pasamos de listos -alguna vez-. Sabemos muy bien cómo reaccionan cuando se nos arrima uno de los miles de plácidos gatos callejeros de Marruecos o cuando insiste un limpiabotas o cuando nos para la policía o cuando en plena noche aparece un cabrero loco en mitad de una pista pedregosa o cuando nos cruzamos con un mendigo encorvado o cuando nos toca el hombro una mujer que exhibe a su hijo con malformaciones. Después de diez días podemos predecir en qué escaparate o qué tenderete se detendrán los otros dos, cuáles serán sus caprichos esta tarde, podemos adivinar si cenarán cuscús con legumbres o tajine de cordero, incluso sabemos qué harán si un enano con traje y corbata les saca a bailar al centro de un corrillo de espectadores en la plaza de Marrakech. Yo ahora sé, por ejemplo, que Víctor agarra un bolígrafo y se dibuja círculos azules a lo largo de media pierna, alrededor de cada picotazo de pulga, para descubrir al día siguiente si aparecen nuevos picotazos y por tanto la pulga sigue con él o si ha conseguido exterminarla (hay que reventarla, no basta con aplastarla). Y sé que Francis, cuando se queda sola y se le acerca un marroquí pesado, se hace la sordomuda: pone cara de trance, gesticula con las manos y emite sonidos guturales hasta espantar al merodeador.

En diez días de viaje se aprende mucho sobre los otros. Pero a veces bastan 18 minutos para aprender todavía más.

A Víctor le bastan 18 minutos -muy mimados- para contar una historia que ronda las afueras del cine, la historia de una chica que se asoma a un mundo al que no consigue entrar, que se queda mirando desde fuera, que se pregunta cuál es su lugar. Esa historia es Decir adiós, la película que Víctor estrenó en el Festival de San Sebastián y que el pasado lunes proyectaron en un cine de Rabat (objetivo y pretexto de nuestro viaje marroquí). Para Francis, que la vio allí por primera vez, Decir adiós fue un fogonazo. Porque Víctor da de pleno en una diana que ella conoce muy bien. Y por eso dice Francis, tras diez días de viaje compartido, que en esos 18 minutos conoció mucho mejor a Víctor.

Se aprende mucho viajando. Y se aprende mucho con las buenas historias, con las que dan en alguna diana. Incluso a mí, que la vi por tercera vez, la película y sus efectos en Francis me hicieron recordar algunas razones (recordar, según el latín: pasar de nuevo por el corazón).

(En la foto, Víctor atiende a las televisiones marroquíes junto al cine 7éme Art de Rabat, donde se celebró la Semana de Cine Español. Parece que después de San Sebastián y Rabat la película se proyectará pronto en Bilbao, Huelva y Alcalá de Henares. Si podéis ir a verla, no lo dudéis. Y lo mejor es que Víctor se lanza a nuevos proyectos y además se gana las ayudas para llevarlos a cabo).

lunes, 29 de octubre de 2007

Viajen con nosotros

Pinchen y vean, panoramique routiere marocain.













viernes, 26 de octubre de 2007

Sabotaje


Hay maneras muy eficaces para aprender el origen de una palabra y no olvidarlo nunca.

Aparcamos la furgoneta en la plaza Bab Khebaz de la ciudad de Sale. Callejeamos un poco por la medina, encontramos un restaurante con buena pinta, nos sentamos y pedimos la carta. No se que pequenya inquietud me hace levantarme y caminar dos calles para echar un vistazo a la furgo. Me encuentro un papelito rosa en el limpiaparabrisas: "Votre vehicule est inmobilise par un sabot".


Sabot = cepo. Primera leccion.

Entonces descubro las desvaidas lineas azules en el asfalto: es zona de pago y no nos hemos dado cuenta. Pero no han tardado ni diez minutos en ponernos el cepo!


Un buen hombre nos acompanya a un locutorio y telefonea de nuestra parte al numero que viene en el papelito. Explica cuatro cosas, cuelga y nos dice que esperemos junto al vehiculo, porque enseguida nos quitaran el cepo. Tendremos que pagar 40 dirhams (3,6 euros). Le damos las gracias y una propina por la gestion, pero el hombre nos da la mano y rechaza las monedas.


Cuando volvemos hacia la furgoneta, vemos a un chico de unos 20 anyos de rodillas junto a un coche. Esta manipulando un cepo. Creemos que es la persona que los suelta, nos acercamos para hablarle y entonces otro chico un poco mayor, que esta de pie junto a el con un taco de boletos, le pga una voz y el chico del cepo se levanta alarmado y empieza a marcharse. Nos ve y se queda quieto, dudando, un momento.


Cae en la cuenta de que somos los de la furgoneta cautiva y nos dice que le paguemos 40 dirhams y que nos la libera. Le pregunto si son ellos los de la companyia de los cepos. Se rien y no dicen nada. Intento explicar que hemos llamado a la companyia y que vendran pronto a quitarnos el cepo. Se rien de nuevo, hablan entre ellos y al final nos dicen: como querais.


Esperamos un rato junto a la furgoneta. No aparece nadie. Los dos chicos siguen zascandileando junto a los coches, medio a escondidas. De pronto, pasa un coche con un policia al volante y, a su lado, el buen hombre que nos ha ayudado. El buen hombre nos pregunta, mientras pasa a nuestro lado: ?aun no os han soltado el cepo? El coche pasa y vemos que en la parte trasera lleva un monton de cepos.

Los chicos se acercan de nuevo: ?que, no viene nadie? Esperamos un par de minutos mas. A lo lejos pasa un policia, voy a buscarlo y le ensenyo el boleto. Con mala leche, me larga una explicacion de la que no entiendo nada. Vuelvo junto a la furgo. Les pregunto de nuevo a los chicos si son de la companyia de cepos. Se rien. Le pido al de los boletos que me los ensenye. No quiere. Repiten la propuesta: 40 dirhams y lo soltamos. En el poste de una farola cercana hay dos cepos mas. Pertenecen a los chicos? Los ponen ellos? Andan a la espera de que un incauto aparque en zona azul y se despiste cinco minutos para morderle la rueda? Son ellos quienes tenian que soltarnos el cepo y estamos haciendo el tonto al esperar a que venga alguien mas? Son dos operarios alegales que viven del cepo? A quien ha telefoneado el buen hombre que no aceptaba propinas? Como funciona esto?

Pasa otro par de minutos, no viene nadie mas, asi que acabamos aceptando. El chaval saca una llave y empieza a soltar el cepo. El de los boletos me pide que primero le pague. Le pago. Sueltan el cepo, nos dan la mano y se marchan.

No hemos entendido nada. Pero hemos aprendido en vivo el origen de la palabra sabotaje a cambio de 3,6 euros y un ratico entretenido.

martes, 23 de octubre de 2007

Transicion


Mensaje desde teclado marroqui sin tildes y con torpeza de teclado azerty.



El avion es un invento estupendo, con el se gana mucho tiempo, y mil kilometros pasan en un suspiro. Con una vieja furgoneta quiza no se gane tiempo pero se gana espacio, conducir con ella mil kilometros y cruzar la peninsula de punta a punta es como pasar el dedo por un mapa en relieve.

Al contrario que un avion, una furgoneta melonera tiene tacto. Siente los repechos de Etxegarate en el paso de Gipuzkoa hacia Navarra (las cuestas cuestan...), recupera el brio y zumba con entusiasmo en la Llanada alavesa, permite acercarse poco a poco a las montanyas que cierran el paso hacia Burgos y descubre el desfiladero de Pancorbo. Me gusta pasar por la carretera del desfiladero, meterme por los tuneles en las entranyas de la roca, compartir angosturas con el tren, descubrir el pueblo en la hondonada, ganarme la salida hacia el valle la Bureba; y cuando voy por la autopista me da pena perderme toda esta travesia. Me gusta sentir como baja la carretera hacia la depresion del Duero, cruzar el rio y subir de nuevo. Atravesar la meseta y esperar con paciencia a que vaya emergiendo el lomo oscuro de Guadarrama, descubrir 80 kms antes el resquicio en la sierra por el que subira la carretera hasta el puerto de Somosierra. Me alivia rodear Madrid por sus venas perifericas, sentir de refilon los latidos de ese corazon urbano monstruoso que emite sistoles de coches hasta un centenar de kms alrededor. Y salir por fin a la meseta toledana, socarrada y sosegada.

Voy cogiendo tono cuando veo, todavia en Ciudad Real, el primer chamizo que vende billetes para cruzar en barco a Tanger. De noche, el paso de Despenyaperros es una mandibula que acongoja. Luego vienen las sierras de Jaen y el oleaje de los olivares, las luces de Granada, una noche calida en un area de descanso de Loja (Victor y yo dormimos dentro de la furgoneta, Francis en la tienda. "Siempre que duermo en tienda suenyo con ovnis". Es que hemos dormido en un aparcamiento de camiones, que arrancan de madrugada, maniobran, nos deslumbran con los faros. Ovnis).

Al dia siguiente leemos ya en los carteles Iznalloz, Benalua, Guadalhorce. Pero aun estamos al norte del estrecho.

El penyon de Gibraltar aparece de golpe, una muela tremenda envuelta en neblinas. Detras, pegada a ella, otra silueta montanyosa mucho mas palida. El monte Musa. La otra columna de Hercules. Con esta perspectiva, las dos montanyas (Europa y Africa) parecen unidas.

En Algeciras ya se abre la brecha de agua. Se separan dos mundos, muy faciles de enlazar para nosotros. Un ferry de Tarifa a Tanger, 35 minutos.

Y despues de estos mil kilometros de pasar el dedo por el relieve de la peninsula, de atravesar hora tras hora los climas y los relieves, las senyales y las voces, Tanger es una sorpresa. Pero no por los minaretes, los velos o el abuelo con chilaba que vende una plancha vieja y seis pimientos rojos en una esquina del zoco. La verdadera sorpresa, tras mil kilometros y una tarde de paseo por la ciudad, es que en el fondo en Tanger no vemos nada demasiado distinto.

(Foto. Zarpando de Tarifa)


domingo, 21 de octubre de 2007

Logomaquia magrebí

El pasado enero, Josema y yo viajamos un par de semanas por Marruecos. El hecho de ser dos treintañeros con pintas un poco asilvestradas tenía la ventaja de que los viscosos vendedores de los zocos apenas nos daban la tabarra. Y el inconveniente de que un par de veces nos tomaron por pareja y nos ofrecieron una variada gama de propuestas (homo)sexuales (de pago).

Por eso, en vísperas de salir de nuevo hacia aquel país, destino de cierto turismo sexual, proclamo:

¡No todos los que vamos a Marruecos vamos a amar huecos!

Y así queda inaugurada "Logomaquias", una sección donde "el objeto principal son las propias palabras y no el fondo del asunto". O sea: tonterías a cascoporro. Qué le vamos a hacer.

(Esta vez vamos Víctor, Francis y yo, en mi furgoneta J5 de 17 años, un vehículo propio de albañiles atascados en el tiempo o de vendedores de melones, pero lujosamente equipado con tablas convertibles en mesa o en cama, con hornillo de gas, pucheros y cintas de Boney M. El Instituto Cervantes de Rabat programa un ciclo de cine en el que proyectarán Decir adiós, el cortometraje de Víctor, y con esa excusa nos vamos para trece días. Él lo explica aquí. Calculamos recorrer unos 4.500 kilómetros para ver una película de 18 minutos. ¡Qué grande es el cine! ¡Y qué largo!).





(Estas fotos son del viaje marroquí de enero. Pinchen y vean. En las ruinas de la ciudad romana de Volúbilis (cerca de Fez) muestran una rueda de molino con la que trituraban las aceitunas hace dos mil años. Unas horas después de visitar las ruinas, encontramos a una familia marroquí trabajando con la misma tecnología. Eso es un invento, y no los sensores de lluvia en los limpiaparabrisas.

Nos acercamos a saludar y enseguida sacaron un plato de aceite y una hogaza para que mojáramos. Luego llenaron una botella de plástico con litro y medio de aceite, nos la dieron, quisimos pagarlo y se negaron en redondo. Les regalamos unas camisetas y unas zapatillas viejas. Prepararon una tortilla y nos la comimos acuclillados en corro, a siete manos. Nos acordamos mucho de Antonio).

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